lunes, 21 de diciembre de 2015

Belén viviente (no terror)


              
           



Hace cosa de un mes tuve una idea para el taller de escritura. Llegaba Navidad y quería hacer algo especial, por ello mandé de deberes una historia sobre un Belén viviente; la idea era que, basado en Cuento de Navidad, cada uno fuese una figurita del Belén, cobrase vida a acusa del espíritu de dichas fiestas y contase las Navidades que le correspondieran. Quise incluirme en los deberes —una vez al año no hace daño— y estar sentado con mis chicos y chicas en vez de hacerlo de pie y al lado de la pizarra. Repartí al azar los personajes, y a mí me tocó ser la virgen María.
       He creado una historia con bastantes dosis de humor, firmada como Santiago Bernal. (Ya sabéis que si no es de terror desaparece el nombre de José Losada y aparece Bernalito). En este relato no encontraréis terror, absolutamente nada; el nombre del blog es "Mini relatos terroríficos", y se supone que todos son de terror. Sin embargo esta vez he querido compartir con vosotros una historia diferente, una que no tenga como protagonista al típico chico sufridor al que todo le sale mal, que está frustrado y termina peor de como estaba al principio. Aquí hay magia, Navidad pura pero no dura (aunque a mí no me gusten las últimas semanas de diciembre desde que vine al mundo).
     Al igual que en los de terror espero que paséis un mal rato, que os dé miedo y esas cosas, aquí espero que lo paséis bien, que os riáis y permanezca por mucho tiempo —todo el posible— el esbozo feliz que todo el mundo tiene derecho a tener.
    Compartí el relato en clase y ahora me toca con vosotros. Ya con esto os deseo unas muy felices fiestas. Espero que os guste. (Si no os gusta, como se supone que quien lo ha escrito es Santiago Bernal, yo me libro de las malas críticas).
     Gracias. Feliz Navidad.


                                                                                   José Losada


                                     
                                        Belén viviente

Otro año más, sí. ¿Para qué quejarme cuando mi vida, mi eterna figura va a preguntarse lo mismo cada 365 días? Sería una bobada hacerlo cuando no tiene solución; y creo que por ello, y porque ha llegado el momento de explicar mi función, comenzaré a contarte la verdad de esto que me quema pero que al mismo tiempo me llena de orgullo y satisfacción. (Sí, hasta hace poco cada 365 días esta última frase me acompañaba de camino a mi trabajo anual). Bien pensado es un chollo: trabajo una sola vez cada doce meses, sigo el curso del destino sin tener que dar explicaciones a ningún superior y además dejo estupefacto al destinatario. Podría decirse que soy como un mensaje visible cargado de malas noticias y que todos odian en su llegada, pero que después, una vez entrado en materia, aman.
      Recuerdo a bote pronto a un ser que me odió hasta el último minuto de mi día de trabajo, y lo llevo tan dentro de mí que jamás olvidaré su nombre. Todos los años cuando despierto y bostezo de mi apacible y largo sueño, a mi mente llega su nombre como si hubiese sido la única persona importante en mi vida: Scrooge; nunca vi a un ser tan agrio y malhumorado como él. Vivía sin tener vida, y aunque se pasó ochenta años respirando aire a diario, comiendo, paseando y demás funciones del ser humano, no fue capaz de apreciar lo que significa “sentir” hasta que yo no afloré inesperadamente a su lado. Lleva criando malvas más años que disgustos crio durante toda su miserable existencia. Sin embargo —quiero recalcar bien esta parte—, a pesar de que yo le enseñé a ver el valor que hay en el mundo en que se vive, por muy oculto que este le pareciera, rendido a vivir una lánguida pero angustiosa vida reconcomida, él me enseñó a mí mucho más: el verdadero valor. Quizá es por esto, y solo por esto (más que suficiente) el motivo por el cual cada vez que abro los ojos —y de forma literal, nada que ver con la forma en que conseguí abrírselos al viejo infeliz—recuerdo con nostalgia el rostro de facciones congeladas que el propio Scrooge se veía a diario; su aguileña nariz parece atravesarme en compañía de sus chiquitos pero penetrantes iris azulados, agrandados tanto en el universo abismal que poseo por mente como a través del circular cristal de sus anteojos sin montura. Yo le transmití miedo, él consiguió que en mi traslúcido cuerpo creciese un brutal escalofrío, habituándome ipso facto a su más que trabajada gélida personalidad.
        Gané la batalla; y él, descansando de una larga vida agónica de la que disfrutó sus pocos años finales (pero de qué manera lo hizo) seguro que viaja conmigo para traspasar al necesitado el poder que le concedí: la felicidad.



               
                                         Primera parte

Scrooge, Scrooge… Qué recuerdos.
       Ahora me hallo de camino a desvelar el futuro de un nuevo Scrooge. Desconozco su verdadera personalidad, aunque bien es cierto que no creo que posea la misma frialdad que el viejo carcomido. Para empezar sé que se trata del calco de una mujer muy importante en la historia de la humanidad, y creo que si hago un ligero repaso por su vida reconocerás a la original enseguida. ¿Te suena aquella que dio a luz a un hijo inesperado? Ya sé que desde que el mundo es mundo todos los días nacen hijos inesperados, errores de cálculo después de un “yo controlo, nena”. Pero si te digo que se trata de la única mujer que ha tenido un hijo sin poner de su parte para crearlo, ¿sabes de quién hablo? Creo que sí aunque te lleguen a la mente varias candidatas. Sabes que me refiero a la virgen María, por mucho que después de parir se hinchase a hacer hijos por el método tradicional. Sin embargo las sagradas escrituras dicen que en su vientre creció un bebé gracias al poder del espíritu Santo. (Yo soy el espíritu de las Navidades y nunca he hecho hijos a distancia, pero está visto que el Santo sí puede. Ole él); el destino quiere que la rescate de su petrificada función mundial. Como he dicho antes, a por quien voy no es más que un calco de la verdadera virgen María, una simple figura pero con más vida interior que muchos seres humanos… ¿Me acompañas en esta breve aventura? Creo que te gustará.



                                                 *****


A veces suelo utilizar mi poder de vuelo para dirigirme a mi destino, otras muchas, simplemente aparezco delante del elegido: me encanta darle un susto de muerte, y que con él, su corazón palpite de forma desbocada mientras yo me troncho de risa; mi visita a Scrooge fue muy sonada, bastante conocida. Tengo constancia de que quedó escrita, y es muy posible que tú, quien ahora me está prestando debida atención, la conozca.
        No vuelvo a mencionar al viejo gruñón por antojo, sino porque en esta segunda estrofa (así se editó mi misión en “Cuento de Navidad”) he comenzado diciéndote que a veces —menos de las que quisiera— me dirijo volando a mi destino. Pues bien: si haces memoria a lo relatado en dicho libro, recordarás que Scrooge y yo volamos por el cielo centelleante en diminutas y agradables partículas luminosas que, un tal todopoderoso con mucho más poder que yo, llamó “universo”; allí pudiste imaginarlo con cara de ilusión, con un rostro único en su peculiar personalidad. Yo lo vi, y puedo asegurarte que aquellos flácidos mofletes no tenían nada que ver con la fuerza del aire en el que nos movíamos a toda velocidad, sino que en verdad se dibujó en su rostro una satisfactoria sonrisa. Sus ojos —sus pequeñísimos ojos sin vida— lagrimearon, y por supuesto, también de felicidad…
        Ahora quiero que recuerdes una vez más esa parte del libro, que te centres en ella y, de este modo, viajes conmigo sin levantarte del sofá en el que me estés leyendo (suponiendo que hayas decidido tomarme en este 24 de diciembre mientras tu cuerpo saborea con agradable placer el crepitar del fuego que te calienta en el hogar). Si me lees en lo que tu cuerpo y alma se trasladan al encuentro con tus familiares para disfrutar de las fiestas, entonces deja que el paisaje por el que te desplazas se disuelva, cambiándolo por un relato imaginario que, estoy seguro, calará muy hondo de tus Navidades futuras.
¿Qué mejor que celebrar la Navidad en compañía del espíritu de dichas fiestas? Vente conmigo.



                                                 *****


“¡Maravilla!”. Es lo menos que puedo expresar al ver lo que se cruza en mi camino. Vuelo con deleite satisfacción (y orgullo); el aire azuza mis mejillas nerviosas, tan flácidas como las de Scoorge. No voy a describirme porque en este preciso instante no tengo cuerpo, no soy más que algo transparente que vuela sin cesar. Eso sí, cuando me presente ante la virgen (guárdame el secreto de esto, porfa) es muy posible que su apodo cambie. Jiji.
         Veo farolillos de colores: rojos, verdes, amarillos, azules… Los hay de infinitas tonalidades; sin embargo, todos bien luminosos. También veo un enorme árbol cubierto de blanco, con numerosos brazos de los que penden bolas típicas de Navidad. Los niños cantan, las nubes se levantan. Que sí, que no, que llueva chaparrón. (Es broma); los papás abrigan a sus pequeños en lo que inmortalizan el recuerdo para, una vez más, disfrutarlo en las Navidades futuras. Les dirán: “eh, canijo. Mira, este eras tú de pequeño. Te sentamos al lado del árbol de Navidad en lo que un hombretón rechoncho y de larga barba blanca, con más años que Matusalén, llegaba a nuestra casa entrando como las personas normales: por la chimenea. Papá lo intentó una vez y se quemó el trasero, pero tú ese año tuviste tu regalo de Papá Noel”. Sí, puede que le digan eso de aquí a unos años, cuando en una Nochebuena les presente a una tal María sin ser ya virgen… Pero lo que nunca le dirán es: “eh, canijo. Mira, en lo que papá y mamá te tiraban fotos un espíritu aterrizaba al lado de la virgen María para proyectarle el futuro”. Eso no se lo dirán nunca, y es una pena porque sería la realidad, y no eso del viejo rollizo que se cuela por las chimeneas para depositar regalos en los de por sí, perfumados calcetines del abuelo. Qué inventos…



                                              *****

Espero a que la gente se guarde en sus casas para ponerme a trabajar. Cuando aterrizo, la zona sigue bastante iluminada, pero ya no hay nadie, solo un Belén petrificado. Me dirijo a él y lo observo con ojos golosos, los mismos que hacen que me relama al ver algodones de azúcar, turrón, polvorones y demás dulces en una caseta justo enfrente. Pero está cerrada y no puedo comprar nada; de todas formas, de haber estado abierta mi deber es el de informar a la virgen. (Quiero un móvil con WhatsApp para poder trabajar desde el sofá. Queridos Magos de Oriente, hacedme este gran favor…).
         Desplazo la vista con sigilo por todo el abovedado portal hasta divisar a la virgen (Jodo, está demasiado bien para su falta de uso), y allí la contemplo arrodillada, con un manto azulado sobre los hombros que cubre su vestido rosáceo. Mantiene la cabeza gacha mirando al fruto de su vientre. (Perdona que me ría al describir este último punto cuando hablo de una virgen); y la veo en muy buena compañía: junto a San José y al pequeño cigoto apalabrado que creció dentro de ella. Una mula y un buey se encargan de que no pase frío.
          Vuelvo a mirarla. Sin embargo —y muy a mi pesar— el tiempo corre y no puedo demorar mi función; por lo tanto solo dispongo de… Sí, exactamente quince segundos para contemplar algo que, créeme, es digno de visualizar. No podría marcharme de aquí sin verlo. Juro que, al margen de creencias, la vista es preciosa.
          Turno de la magia. ¿Qué sería de la Navidad sin magia? Nada, y para ello cuento con el espléndido truco de tres hombres a lo lejos que llegan en compañía de camellos y de polvos mágicos. (Aunque relate polvos y camellos, sigo hablando de magia). Petrificados igual que las demás figuras, los magos intentan cruzar un puente empedrado por el que sí, cruza agua manipulada. Los seres humanos se han encargado de motorizarlo, y el resultado final ha sido magnífico.
          Me he fijado bastante porque mi trabajo desempeña un papel fundamental respecto a estas tres figuras. No son ellas como tal mi comodín para el inicio de lo lúdico y, para ti, lector, algo que considerarás solo magia, y no realidad; es su estrella quien bajará hasta mi posición para ayudarme e iniciar esta aventura; la he localizado, justo por encima de la cabeza de Baltasar. No es muy grande (la estrella. El perolo del rey es bien hermoso) por ello me ha costado encontrarla. Solo me queda recurrir a mis polvos mágicos y hacer uso de ellos. La magia tiene como fin crear ilusión. Tú, amigo, vas a vivir una ilusión: me verás a través del papel, y ya no como un espíritu sin apariencia humana ni el que te relata los hechos, sino que en pocos segundos vivirás una historia increíble, yo dejaré de ser narrador, y tú, y solo tú, imaginarás la historia según te la vaya contado la virgen.
         Utilizaré mi magia, la estrella apuntará hacia el portal y se estrellará (sin causar daños) en el cuerpo de María. En ese momento ella cobrará vida (sí, como lo lees), y las siguientes páginas la tendrán como única y verdadera protagonista. El espíritu de la Navidad (yo. Pero hablo de mí en tercera persona para ir metiéndome en el futuro) se mantendrá unos instantes, pero ya no como narrador principal.
         Espero que hayas disfrutado del prólogo de mi día de trabajo. Ahora te queda la mejor parte. Creo que no tardarás en saber de mí.
         La estrella baja. ¡Disfruta!
         Feliz Navidad.



                                        Segunda parte


       -¿Qué? Cielos, ¡puedo hablar! Pero, ¿qué es todo esto?
       »A mi alrededor hay cosas que no se mueven: algo alto, con pelo en la cara y un objeto alargado en lo que se apoya; también algo más pequeño, como encogido y dentro de una caja de madera y paja. Contemplándolo, como si su deber fuese el de no dejar de mirarlo, dos piezas iguales salvo en su color… Dios, ¿qué es todo esto?
         -Y a Dios deberías preguntárselo, pero no te responderá ahora.
        -¿Quién ha dicho eso?
        -Ya deberías estar acostumbrada a escuchar voces sin ver a nadie delante de ti, María, que ese es tu nombre.
        -¿Eh?
        -Tu hijo, ese que ves dentro del cuadrado de madera que acabas de describir, fue concebido así, en una anunciación de voz. No soy la primera voz que escuchas.
       -¿Cómo?
       -Ya lo entenderás mejor en otro momento… Ahora permíteme que me presente: soy el espíritu de las Navidades futuras, tu futuro.
       -¿Navidades futuras? ¿Mi futuro?
       -Sé que no entiendes nada, pero al igual que hay cosas que pueden entenderse sin verlas, también hay cosas que pueden verse sin entender; me hallo aquí para desvelar tu futuro, mostrarte lo que pasará el año que viene por estas fechas.
        -No entiendo nada.
        -Eres una figura que representa a la virgen María, por lo tanto, tú eres la virgen María.
        -¿Qué es eso de virgen María? No puedo entenderlo.
        -El mundo sigue sin entenderlo después de 2016 años, así que porque esta parte nos la saltamos, no ocurrirá nada.
        -De acuerdo.
        -Ahora mira a tu alrededor. Dime: ¿qué ves?
        -Algo alto, con pelo en la cara y un…
        -Sí, es tu marido: un hombre alto, con barba y un grueso palo de madera a modo de bastón.
        -¿Eh?
        -El pequeño es tu hijo, como bien te dije; a su alrededor una mula y un buey. Y ahora mira allí, a lo lejos.
        -Hay tres cosas más.
        -Son los reyes magos, y vienen exclusivamente para entregarle regalos a tu hijo.
         -¿Regalos?
         -En Navidad se hacen muchos regalos, María. Yo soy un regalo.
         -¿Tú?
         -Sí.
         -Pero no puedo verte.
         -Me verás en el futuro. Dentro de un minuto. Eso ya es el futuro.
         -Sigo sin entender.
         -¿Ves eso alto en medio de la plaza?
         -Sí.
         -Es un reloj. Cuando suene, todo este escenario habrá cambiado, y tú verás lo que vaya a ocurrir dentro de 365 días. Eres una privilegiada.
         -¿Privile… qué?
         -Tienes suerte, María. Deja que la magia penetre en ti. Será lo primero que logre penetrarte, así que yo que tú estaría contenta.
         -¿Por?
         -Observa el reloj. Vas a sorprenderte porque sabrás hablar bien, sabrás relatarlo; hay gente que te lo agradecerá.
         -¿Qué gente?
         -Cuéntaselo, María, no te calles nada. Mira, observa con atención y relátalo todo. De ti depende que la ilusión viva para siempre. Feliz Navidad.
         -No lo entiendo. ¿Oiga?
         » ¿Y ese sonido? Se repite. Ha sonado una vez, y otra, y otra… y así hasta doce.



                                            *****
           -¡Feliz año nuevo!
           -¡Madre mía! La plaza está llena de gente que repite una y otra vez eso de “feliz año nuevo”. Hay adultos y niños amontonados, comiendo uvas y festejando la entrada del nuevo 2016… ¿Por qué sé describir todo esto? El espíritu de la Navidad tenía razón.
           -Mira, mamá –le dice un niño a su madre cuando está delante de mí-. La virgen se mueve.
           -Es una persona real, cariño –le explica su madre. Pero no tiene razón, ya que yo no soy una persona real, simplemente he cobrado vida.
          -Se equivoca, señora –le explico-. Soy una figura de Belén, como todos estos. –Señalo mi alrededor-. Pero es Navidad, y mi regalo consiste en cobrar vida en vez de darla.
           La señora se queda un tanto desconcertada, como si no creyese lo que le digo.
         -Créame, le digo la verdad –insisto.
         -Se hace difícil de creer.
         -Lo sé. Pero piense: ¿es lo más difícil que ha tenido que creer de mí?
         -Entonces sí que eres de verdad.
Sonrío.
         -Puedo decirle que su familia será feliz, siempre. Le esperan grandiosos años de alegría, salud y mucho por lo que vivir; su hijo será muy importante, y usted, una madre ejemplar.
         -Ojalá lo quiera Dios.
         -Lo quiere, se lo aseguro.
         -Es verdad. Perdón, no me acordaba que eres…
         -La madre del Señor.
         -Gracias.
         -Feliz Navidad, señora; feliz Navidad, pequeño.
         -Dile adiós a la virgen –le dice la mujer.
         -Adiós, virgen –se despide el pequeño.
       La señora y el niño se van, pero antes, él me lanza un beso que yo le devuelvo con ternura.



                                           *****
         -Que sí, tío, que este año pienso salir con Zulema.
        -¡La virgen!
        -Por poco tiempo.
        -No, que ahí está la virgen.
        -¿Eh? Coño, es verdad.
        -Feliz Navidad, chicos –les digo a los dos adolescentes que se preparan para vivir una noche de fiesta.
        -Igualmente, tía. Digo… Perdón.
        -¿Eres la virgen? –me pregunta el futuro novio de Zulema.
        -¿Tú lo crees?
        -Pues… No.
        -Te equivocas.
        -Una mierda. Tú no eres la virgen.
        -Si te digo que lograrás salir con Zulema y seréis felices, ¿me crees?
        -Jodo… ¿Y tú cómo sabes quién es Zulema?
        -Porque es la virgen, chacho –le dice el amigo con rostro atónito, tan lívido como mi velo.
        -¡Qué pasada! –exclama el agraciado-. ¿De verdad será así?
        -Palabra de virgen María.
        -Oh, María.
        -Sin pecado concebida… Feliz Navidad, chicos. Podéis seguir disfrutando en paz.
         Los dos muchachos se fueron.



                                                 *****

            -Ah, ¿pero es cierto que eres la virgen? –me pregunta una voz, la segunda que escucho sin ver y tercera de forma global.
            -Lo soy –respondo una vez que me giro y veo ante mí la figura de un hombre de mediana estatura y melena castaña.
           -Te he visto leer el futuro de esos jóvenes –vuelve a decirme.
           -Sí. Puede decirse que hoy actúo de pitonisa.
           -¿Y cómo te sientes regalando ilusión a la gente, mostrando deseos futuros?
           -Genial. Es difícil de explicar, pero… no sé, es como sentir la paz del cielo muy dentro.
           -Un cielo que te ganaste hace un porrón de años –me dice provocándome una sonrisa.
           -Estoy muy contenta. Tengo vida y el deseo de seguir mostrando felicidad muchos años más.
           -Me alegro. Está bien eso de estirar las piernas de vez en cuando, aunque sea cada 2016 años.
          Su respuesta vuelve a hacerme sonreír.
           -¿Las vírgenes pueden tomar una copa? –me pregunta.
           -Supongo que sí –respondo un tanto ruborizada.
           -Entonces te invito a una.
      No rechazaré la propuesta, quiero tomarla, así que me voy con este chico a celebrar el nuevo año.
           -Se me olvidaba darte un pequeño detalle –me dice mientras nos alejamos de la plaza-. Soy el espíritu de la Navidad, el que te ha regalado la vida.
          Me quedo sin palabras.
          -Y tengo otro secreto –me dice una vez más-. Yo también…
       ¡Stop! Suficiente. Es hora de que vuelva a tomar el rumbo para el final de la historia. Ya me conoces, lector, soy el espíritu de las Navidades futuras, y vuelvo de nuevo para cerrar esta breve narración. No sé muy bien qué más decir, no me gustan las despedidas. Creo que te has quedado un poco en shock porque te he cortado en mitad de mi secreto, pero no hay mucho más que decir. María y yo… (A partir de ahora la puedes llamar María, a secas) tomamos una copa a las 00:47 del 01/01/16 y amanecimos sobre las 7:30 del mismo día, los dos juntos, como el padre de su primer hijo nos trajo al mundo y abrazados como dos tortolitos…
        Me consta que esta mujer está exclusivamente diseñada para compartir su vida con espíritus: el Santo, que fue el primero que se la benefició, y ahora yo. No te enfades, lector, que ha sido mi buen acto de Navidad; de él nació Scrooge junior, que así lo hemos llamado en honor a su padrino. El bautizo en el cielo fue la hostia bendita, aunque tuvimos un cura muy particular: San Dios. He de decir que de verlo en paloma de la paz a verlo en persona hay una gran diferencia, la misma casi que ver a María llena de mantos a verla… Ejem.
        Esto se acaba. Muchas gracias por haber compartido un ratito de Navidad a mi lado. (Creo que yo me lo pasé mejor que tú). No obstante, si tienes ganas de más, me toca trabajar otro rato, así que puedes acompañarme. Me hallo en el 2018, pero como de futuro va la cosa, igual te apetece.
        Estés en el año que estés, yo te deseo una feliz Navidad.      Felices fiestas con Codorniú. (Que es broma, hombre).
        En serio: feliz Navidad, y sobre todo, feliz vida.
        María, el churumbel y yo, nos despedimos. Chao, y mil gracias.


                                                   FIN
                                               Santiago Bernal (José Losada)

martes, 1 de diciembre de 2015

RESEÑA: Semillas de Cthulhu, de José F. Sastre García

  
Semillas de Cthulhu es un libro que incluye seis relatos escritos por José Francisco Sastre García. En las 208 páginas que completan dicho libro, el autor rinde homenaje a uno de los maestros indiscutibles de la narrativa de terror y ciencia ficción: H. P. Lovecraft, además de que es uno de sus ídolos; narra seis historias aterradoras, alguna de ellas partiendo como base general del diario personal del protagonista.

            Relatos cortos pero apasionantes, de fácil lectura y con una amplia dosis de fuerza para llevarte al lugar exacto en donde se narra la historia.

            Voy a dar un breve paso, un pequeño avance de cada uno de los relatos que, como a mí, os encantarán. Además contaré mi propia visión de las historias.


1-El final del camino


Es Lovecraft en estado puro. Léelo y me darás la razón.

            El protagonista de la historia también tiene mucho que ver con el genio de la narrativa al cual rinde homenaje el autor. Su mente ha sido acosada por dicho genio, y su afán por recorrer parte de lo descrito por Lovecraft lo lleva directo a vivir la peor de las pesadillas que puedes llegar a imaginar.

            La narración es asombrosa, y se desarrolla en la ciudad sin nombre de los desiertos árabes.


2-La semilla


Hacía mucho tiempo que un relato no me transportaba al lugar exacto en donde se desarrollan los hechos narrados, este sí. Bien es cierto que con “El final del camino” me he sentido el protagonista de la historia mientras lo leía, viviendo frase a frase al devorarlo. Pero con “La semilla”, durante sus 11 páginas y media no me sentí capaz de despegar la vista del papel.

            El autor comienza describiendo a Martín (protagonista verdadero de la historia). Ya con la calidad que muestra detallándolo, me dije: José, este te va a gustar. No me gustó, sino que me encantó. Me vi en el Paraíso, al lado de Adán y Eva, los tres pecando al tomar la fruta prohibida; y también me vi con José Francisco, dándole la enhorabuena antes que las buenas tardes. A ti, su lector, no te defraudará.


3-En las salas de los reyes perdidos


Alberto, un hombre obsesionado con la Atlántida y los textos que de esta dejó escritos Platón, ve cumplido el mayor de sus sueños cuando entra a formar parte de la Fundación Costeau y parte a una expedición que explorará el fondo del Atlántico, descubriendo cosas que hubiera preferido no encontrar.


4-La sombra de Horus


Trata sobre los hechos transcurridos en el diario del profesor Stone. Allí se explica con detalle su día a día hasta que vuelve a tomar partida el protagonista de la historia, quien la cuenta desde el inicio.

            Muy buena narración de ficción, y muy buenos personajes que, además de conseguir mantenerte enfrascado en la lectura, te aportan información. Yo desde que lo leí he visto al Dios Horus de una manera bastante distinta a la habitual.


5-Del negro vacío


Todo comienza cuando en una noche de verano, una pareja disfruta de las bonitas vistas de las estrellas. Jaime y Laura, después de pasar una estupenda velada, denotan algo extraño merodeando por el cielo. Ambos discuten sobre si lo que va aumentando la intensidad de su luz es en verdad una estrella fugaz o, por el contrario, algo anómalo a lo que prestar debida atención. Al final el hombre contempla en soledad el resultado y sale de dudas…

            Lo que llega del cielo desempeñará un papel fundamental en la historia que nos ofrece el autor.

            Ahora te toca a ti descubrir lo que se oculta detrás de un hecho aparentemente tan simple.


6-La puerta en el cielo


Narra el diario de Jerónimo Casavieja, un solitario hombre del que la gente sabe muy poco, y al que su vida da un giro completo cuando en su mente aflora un repentino sueño. En él ve una serie de imágenes que se repiten a lo largo de las noches. Asombrado por dichos episodios, busca información acerca de lo que ocurre, llegando incluso a pensar que está loco.

            Con este sexto y último relato, el autor remata su particular homenaje a Lovecraft aportando una mayor información a sus cinco anteriores historias. Cada una de ellas me ha gustado, y es muy probable (seguro) que con el tiempo relea este magnífico libro.