viernes, 1 de septiembre de 2017

Agradecimientos (El diario de un fracasado)



“La casa por el tejado”, así es como podría referirme a esta entrada puesto que voy a empezar por el final.

            Los lectores del blog sabéis que me gusta añadir notas informativas, ya sea antes o después del relato. Con las dos novelas publicadas he hecho exactamente lo mismo. Lo he visto en algún que otro autor de los que leo desde mi infancia y es algo que se me ha pegado. Me encanta explicar y dejarlo todo claro (soy así). Ediciones Atlantis me lo permitió con Al borde de la locura, y con El diario de un fracasado (novela que he querido autopublicar, y la protagonista ahora mismo) he hecho lo mismo.

            Bien, digo lo de “la casa por el tejado” porque para mostrar mi agradecimiento, precisamente necesito ir a esa parte final, en donde mis últimas palabras cobran vida hoy en día.

            En las notas finales de la novela, escribí esto:

            «Quienes me conocen (cuatro personas) saben que imparto clases en un taller online, y que siempre digo que toda persona que escribe necesita un lector cero. Pues bien, yo no lo he tenido para esta obra, y eso quiere decir que la historia llega virgen hasta tus manos. Quería que me la hubieran leído, pero ha sido imposible. No la aguantaron, esa es la respuesta. Hay personas que se han leído versiones anteriores, e incluso algún que otro relato que escribí hace mucho y donde ya daba pinceladas sobre lo que sería esta novela. Gente de mi entorno ha leído la introducción definitiva y los primeros capítulos, pero hasta ahí.

            Soy consciente de lo que escribo (muy consciente), y sé que esta novela es lo siguiente a dura. Lo sé, pero la quería así. Si la has conseguido leer (espero que sí) y te ha parecido una novela dura, donde no cabría un apunte más de maldad, siento decirte que no. Puedo asegurarte que sí, que has leído lo más fuerte, pero también te confesaré que he quitado varias páginas, cerca de unas treinta o cuarenta de Word. ¿La razón? Querer que se lea este libro. Si de por sí cuento con la idea de que es muy duro y a mucha gente le puede herir, si llego a seguir castigando a Iván de seguro no lo leería nadie, y puedo asegurarte que escribirlo me ha costado lo suyo. Lo empecé con doce años y lo he terminado casi con veintiocho.

            A todo el que escribe le gusta que lo lean. Quiero lectores, y no para que mi nombre se haga visible, sino porque quiero que esta historia llegue a muchas manos. Deseo en el alma que se conozca a Iván lo máximo posible, y el motivo es muy claro: para que todo sufridor sepa que no es un bicho raro y que hay más gente que, como a él, por desgracia, le hacen la vida imposible.

La vida es dura, y dura para todo el  mundo, aunque de casas para fuera parezca que muchos están felices y sin problemas (de eso nada). Todos debemos luchar. Y reitero que, si alguien ha sufrido y se ha sentido el último mono de esas pandillas de poca monta que se forman en los colegios, que pase, por muy duro que sea, mire para arriba y salga a la calle a comerse el mundo. La palabra “es diferente” no tiene sentido, simplemente porque no hay nadie igual a nadie, ni siquiera dos gemelos.

            Eso por un lado. Por el otro, decir que si quien ha leído mi obra es padre o madre de familia de alguien que ya apunta maneras, que lo ate en corto.

Por desgracia, esas risas de “qué pequeña la tiene”, “qué tetas para ser un chico” o veinte mil veces la palabra “gafotas” “maricona” o un simple “tonto”, termina por hacerte perder la razón y llegar a que pierdas la vida. El colegio es la peor cárcel del mundo, donde se origina todo, y creo que ningún padre de familia, ninguna madre, ningún hermano y nadie en general, quiere sufrirlo en sus propias carnes ni en la de sus seres más próximos. ¿Cierto? Por ello me gustaría que esta historia ablande al corazón más duro, que lo haga recapacitar, y que aunque sé que es una tarea imposible, después de este libro en los colegios se den clases, no palizas. No lo conseguiré porque soy un último mono, como Iván, y mis palabras no valen, pero ojalá. Ese es mi propósito, y si un libro es para siempre, seguiré soñando para que todo cambie. Quién sabe si en un futuro… »

He marcado y subrayado lo más importante, lo que quiero resaltar en este texto explicativo.

Como bien digo ahí, escribir esta novela me ha costado lo suyo (todos los que escribís sabéis lo que cuesta sacar un libro: correcciones, revisiones, lectura más lectura, quitar y poner), pero me ha costado más aún el decidirme a mostrarla. Recibí ayuda y me convencieron para terminar de dar el paso decisivo. Ahora bien, desde el día 4 de junio que salió a la venta, no me he quitado de la cabeza una de esas frases subrayadas: “Soy consciente de lo que escribo (muy consciente) y esta novela es lo siguiente a dura”.

Cuando no eres nadie en este mundo (me refiero al mundo literario) tienes muchos pensamientos, pero por más que delante de ti creas tener lo mejor que has escrito, el compararte con los grandes autores consagrados te quita todo mérito posible. Es un gran error porque ellos un día empezaron desde abajo, pero bueno, es un tema al que no voy a entrar, ya lo sabemos de sobra. Lo que quiero decir es que ese “miedo” al qué dirán, siempre está presente (por lo menos en mí), y el pensar que es una novela dura, comparándome con los autores mencionados, me hacía dudar.

¿Qué ocurre? Que aunque soy un desconocido, una persona como tantas otras a las que le gusta escribir, he tenido diecisiete ventas en Amazon (sí, diecisiete. No se me caen los anillos por decirlo. Para no ser nadie estoy contento), y de esas diecisiete personas, a día de hoy han leído la novela cuatro. Gracias a sus comentarios me han confirmado que sí, que es lo siguiente a dura, y que aquello que dije de que la gente de mi alrededor la dejaba porque no podían con ella, también es cierto.

Fijaos hasta dónde llega mi nivel de sinceridad. Cualquier otro jamás diría esto porque lo que quiere es vender, que le compren el libro y, después, si no lo leen, que no lo lean. Yo no soy así. Tal vez pierda, pero es que no me interesa la fama. No soy famoso ni lo pretendo. Seguiré sacando libros, seguiré publicando. No sé si la siguiente novela me interesará que se venda todo lo posible para que el lector pase miedo, o quizá la próxima quiera que se lea para que se llene de amor… No lo sé, pero sí sé que lo que he querido y quiero con esta es que el sufridor no se sienta solo, que ese niño o niña al que le dan palizas en el colegio y del que se ríen porque lo consideran diferente, vea que hay más en el mundo que sufren y que no son bichos raros; quiero que si el lector tiene que soltar más lágrimas que páginas porque se identifica con el personaje, las suelte por última vez en compañía y después continúe sonriendo para siempre, o que al chico al que le hayan dicho que nunca lo van a querer por tener un cuerpo diferente al resto del mundo, vea que no, que Iván también tiene un cuerpo distinto, y por lo tanto hay más de uno que se aleja de lo que el mundo considera alguien “normal”…

No podía explicar todo esto en las notas finales de una novela porque ningún lector lo quiere, ya que casi daría para un relato. Aquí sí (y no extendiéndome tanto como también me gustaría). No me cansaré de repetirlo: no os riais de la gente. Es frustrante querer remediar el mundo y no poder hacerlo, pero es que aunque me equivoque el 99,9% de veces en mi vida, en esta tengo razón al 100%. Como alguien se ría de un niño en un colegio, terminan con su vida. Puede que me digas: “No, sé de uno del que se rieron y tiene cuarenta años. Está vivo”. Lo ves vivo por fuera, pero por dentro está muerto.

Para un grupo de niños hace mucha gracia ver a uno de ellos con algo diferente, y se ríen. Es muy divertido para ellos, como es divertido reírse de quien está más rellenito, del que apenas tiene carne, del que lleva gafas o del que juega con las muñecas en vez de jugar al fútbol...

Esto no se lo puedo explicar a un niño porque él no sabe el daño que puede llegar a hacer. Sus padres sí, y ahí es donde hay que trabajar. Si un niño va por la calle con sus padres, ve a otro con un defecto, se ríe de él y los padres no le dicen nada, en el colegio seguirá riéndose de otro niño porque piensa que es algo normal; sin embargo, si unos padres como es debido le tapan la boca nada más reírse y le hacen entender que eso está mal y que no tiene que reírse, el niño no se reirá de nadie porque se llevará bronca.

Las cuatro personas que hasta ahora han leído mi novela han sufrido con Iván, y sé que a ellas también les gustaría no tener que vivir algo así, ni en conocidos ni desconocidos. Les ha costado leerla, pero me han dado unos comentarios tan positivos que mi ánimo asciende hasta darme cuenta que, aun no siendo un escritor consagrado, he escrito algo que merece la pena leerse. Quizá a alguien no le guste, pero hasta ahora no me lo han dicho. Sí me han comentado sobre esa dureza, y muchos de ellos tener que parar, salir a despejarse y después, con el paso del tiempo, volver a prestar atención a lo que les contaba Iván. Han llorado, se han muerto de rabia, de impotencia por meterse en el libro y acabar con todo ese dolor… Ahora sé que lo están leyendo dos personas más, y les está ocurriendo lo mismo.

Repito: soy consciente de lo que escribo, y tengo la manía de recalcar cada escena. Es mi forma de escribir para que el lector lo sienta. Esta gente me demuestra que lo he conseguido, y ellos se unen a mí para terminar con una injusticia inalcanzable, pero es un paso para que quien se cree solo, no lo esté.

Si quien me está leyendo ahora mismo se siente solo o diferente, que sepa que un tal Iván se siente igual, y ni está solo ni es diferente.

Si le queréis hacer compañía, la novela está aquí.

Millones de gracias por el apoyo.

sábado, 15 de julio de 2017

El diario de un fracasado (Ya en amazon)



A lo largo de estos años de escribir historias, creo haber logrado crear entre nueve y diez novelas largas (unas más que otras). Y no lo digo por vanagloriarme, ya que al igual que en todo, lo que importa es la calidad, y no la cantidad (A Iván, el personaje de esta novela, le han hecho creer que no es así, y que sí que importa la cantidad). Todo escritor o persona a la que le gusta escribir cuenta con varias obras guardadas en un cajón. Yo, como persona a la que le encanta crear historias, tengo esas mencionadas, pero me falta revisarlas a fondo (mucha revisión). Lo que quiero decir con esto, es que a pesar de haber escrito mucho, nunca en mi vida he creado una historia tan dura como esta. Tengo relatos que al 2% del 10% que me lee, le han puesto los pelos de punta, han sentido su dureza y me lo han comentado. Creo que esta novela supera con creces la dureza que me hayáis podido leer en este blog, y hasta en Al borde de la locura.
       El diario de un fracasado son las memorias de un chico de dieciocho años que se ha sentido payaso para el mundo entero: para los compañeros de su colegio, para sus vecinos, para sus compañeros de trabajo, e incluso para sí mismo. Es la historia de un niño que creció hasta hacerse medio hombre (según el mundo le faltan cojones para ser hombre, y así lo explica en la historia, con palabras textuales: "hombre sin cojones"), ya que el diccionario de la cruel sociedad dice así: HOMBRE: "picha grande con dos pelotas pendiendo entre las piernas"... En ese diccionario no dice "varón" ni "persona del sexo masculino". No; en el diccionario de la cruel sociedad al hombre se le valora de cintura para abajo. Si de cintura para abajo no tienes lo que ellos quieren, ya no eres un hombre.
      Iván no es un hombre para el alrededor, más bien una especie de sparring a modo físico y verbal; alguien a quien se le puede agredir, escupir y ridiculizar sin culpa ni pena, pero sí dejarlo apenado hasta odiarse a sí mismo.
       El diario de un fracasado narra -como bien he dicho- el día a día de un ser indefenso en un mundo que parece no pertenecerle, la vida de un ser marginado durante sus dieciocho años, alguien sin amigos, sin amor, sin apenas familia y sin un balón de fútbol con el que poder jugar en solitario, apartado del mundo. Cuenta con un bloc de dibujo (cuando no se lo rompen) y un lápiz (cuando no se lo clavan en el cuerpo).
       Le atormenta la visita nocturna de un ser encapuchado al que él denomina como "la bruja malvada", el ingrediente que multiplica lo sufrido durante el día.
       Repito que es la novela más dura que he escrito en mi vida (hasta ahora), y con la que espero no dar miedo, porque además creo que esa "bruja malvada" no lo va a provocar, lo provocarán las palizas, los insultos, la impotencia que tú, lector (como te dirá Iván cuando lo leas) vas a sentir al no poder hacer nada.
       Es más que probable que los lectores os sintáis Bastians y queráis entrar en el libro, pero no para hablar con la emperatriz infantil, sino para apartar a todos esos seres muy machos que se creen con poder para manejar una vida, o más bien destruirla.
       Espero que os guste, y sobre todo que no lloréis. Iván no querría más lágrimas, solo un poquito de cariño, una pizquita, por más mínima que sea; y vosotros, sus lectores, se lo vais a dar.
       (No leas el prólogo que pongo a continuación si después, por las razones que sean, no vas a poder comprar el libro. Si quieres leerlo puedes, por supuesto, pero lo digo para no dejarte a la mitad, que ya ha ocurrido alguna vez).
      Miles de gracias.
      Ya lo puedes conseguir aquí
https://www.amazon.es/El-diario-fracasado-Jos%C3%A9-Losada-ebook/dp/B073QZKKQ2/ref=tmm_other_meta_binding_title_sr?_encoding=UTF8&qid=&sr=




Introducción


No es la primera vez que escribo unas líneas a modo de desahogo personal, aunque en el día de hoy, mi propósito es diferente. Antes cogía un pedazo de papel y un bolígrafo, y escribía de principio a fin mientras los sollozos me acompañaban en la soledad. ¿La razón? Prefiero decir que lo hacía para no molestar a ninguna persona, para que nadie se riera de mis penurias y, también, por lo que he comentado al principio: para desahogarme. No me hacía falta nadie para contar mis problemas. Sin embargo, en verdad no tenía a ese “nadie”. De haber sido así, y si mi vida hubiese estado repleta de personas a mi alrededor, nadie se habría reído. Pero he provocado muchas risas, y las sigo provocando; se han reído de mí en todas partes. Nadie me comprendía, y lo que era peor: me hacían sentir como una miserable mierda. Por ello decidí usar como verdadero amigo al trozo de papel en blanco. Podía rellenarlo a mi antojo. No me fallaba, no se reía a pesar de mi mala ortografía y me esperaba sin ninguna prisa. Yo tampoco le fallaba a él porque siempre lo he utilizado para decir la verdad y confesarme.

Ahora mis líneas cobran vida de diferente forma. Esta vez —al contrario que en mis anteriores desahogos— tú, que estás ahí, me vas a leer. Tendrás la oportunidad de conocer una historia que durante años estuvo en boca de un colegio entero. Armándome de valor, me he decidido a recordarla de principio a fin.

Creo necesario citar varios apuntes para que cuando leas “El diario de un fracasado” (que es el título que doy a mi historia) lo entiendas de forma correcta. Lo primero que quiero hacer es pedir disculpas por mi incultura verbal. Tú, lector, tienes derecho a saber que no tengo ningún estudio, y por lo tanto, no poseo el vocabulario perfecto que debe de tener un creador de best sellers o un escritor en condiciones. Tendrás que entenderme al explicarte mi vida como si te estuviera hablando uno de tus colegas, ya que con ellos la cultura no existe si tienes la suerte de que te traten como a una persona más, y no como a una menos. Los incultos también tenemos derecho a ser escuchados y leídos. A fin de cuentas, el dolor físico y psicológico no requiere de estudios.

El segundo y no menos importante apunte, es que no encontrarás momentos felices en mis cortas memorias, salvo el final. El desenlace rebosa de felicidad, y entonces entenderás por qué sobra el resto de alegría en la historia. No hace falta que poseas una mente desbordante para entenderlo, esa que parece necesaria para moverte por el mundo. No soy como la cruel sociedad que exige a quién prestar atención o a quién marginar como si su vida no valiera nada. No tienes que enseñarme un título certificado para saber lo que vales, ya que solo con leerme me estás tendiendo la mano que tantos otros han puesto en mi cara solo por antojo (gracias por prestarme atención).

Y el tercer apunte —y seguramente el más importante para ti— es que me llamo Iván, pero leyendo mi historia sabrás que hablo de mí cuando leas “picha corta, picha pequeña, tetitas, niñata, estorbo, meón, niño sin cojones, inútil, retrasado, fracasado y demás halagos por el estilo”. Quitando mi madre y mis abuelos maternos, muy poca gente me ha llamado por mi nombre real. No lo recuerdo con exactitud, y puede que me contradiga durante la marcha (aunque lo dudo).

Lo que quiero decirte, lector, es que voy a referirme a mí con insultos en más del 99% de la historia. No lo veo descabellado porque estoy seguro que la RAE cambiará la definición de todos ellos en cuanto lea estas páginas. Créeme cuando te diga que la próxima vez que busques en el diccionario la definición de varios insultos que encuentres aquí, entonces sí, leerás mi nombre verdadero en alusión a mi persona. En ese momento cobrará vida el refrán de "no hay mal que cien años dure". Tarde o temprano —otro dicho— lo verdadero sale a la luz, y por fin, se leerá mi nombre real.

No me viene nada de mayor importancia a la memoria. Si durante la marcha de la historia aparece —al igual que te he comentado en unas cuantas líneas superiores— creo que sabrás perdonarme. Tengo que hacer un tremendo esfuerzo para recordarlo todo. Recordarlo lo hago, puedo asegurártelo porque lo llevo grabado en mi cabeza desde que ocurrió, y así con todo lo que me ha ido sucediendo, pero llamo esfuerzo a volver a vivirlo, aunque solo sea en forma de imagen desagradable. Son tantas, que es muy posible que me olvide de alguna.

A lo largo de mi vida creo haber escuchado —al menos en tres ocasiones— que es imposible recordar lo acontecido durante los meses de gestación. Es decir, que una persona no puede acordarse de lo que ha vivido dentro del vientre materno. Aunque te resulte difícil de creer, yo sí lo recuerdo. Es más, parte de esta historia se origina a raíz del episodio que me dispongo a relatar a continuación. Más adelante volverás a leerlo porque lo explicaré de nuevo, en boca de un renacuajo que no lo entiende, pero así es. Hasta que llegue el momento, te pido que me acompañes en el despegue, dejando la mente en blanco y solo imaginando lo que estas líneas desean transmitir. Así, unido a mí, entre los dos viviremos la experiencia por la que todos hemos pasado, y ninguno (excepto yo, por desgracia, y algún otro) recuerda. Ese momento antes de venir al mundo hubiera sido preferible no haberlo conocido nunca, te lo prometo. No recordarlo me habría ahorrado demasiados problemas; porque, como puedes imaginar, no es de agrado.

Reitero que lo que ahora vas a leer es de vital importancia en el transcurso de la historia. Como toda buena historia (aunque esta sea trágica) merece ser contada desde el principio; y desde ese punto, retrocediendo casi dieciocho años atrás a través de una máquina del tiempo literaria, llego a hallarme dentro del vientre de mi madre. Tú, y de nuevo yo, lo haremos renacer de lo más oculto de mi recuerdo.

Aquellas imágenes que invadieron mi mente aturdida y la despertaron para comenzar a vivir el día a día, fueron así:

Un sonido despierta a una criatura que, encogida, sin otro remedio que el de mantenerse a la espera para ver la luz de la vida, se asusta sin saber qué sucede. Se estremece en un intervalo de contracciones propias del parto, pero paranormales en la mente. Escucha un chillido, y aunque lo más normal sería que proviniera de la madre a causa de los esfuerzos del alumbramiento, se antoja lejano, como algo aún no vivido ni sentido por nadie.

            Mientras flota dentro de la bolsa de líquido amniótico, atruena un grito. El bebé, atormentado, llora de manera escandalosa, y al mismo tiempo que padece dolor en su pequeña cabeza de neonato. Nadie lo escucha; nadie salvo él.

            Un cúmulo de sonidos penetra en sus achicados oídos, haciendo que su cerebro flote como flota él. Se ve asustado por gritos y golpes; y antes de salir, antes de saludar al mundo por primera vez, respira precipitadamente. Siente algo parecido a lo que puede experimentar una persona al intentar respirar con la cabeza cubierta hasta el cuello. Al no saber ni entender nada de nada, vuelve a llorar; y entonces sí, escucha los quejidos de su madre por los avisos de las contracciones.

            El feto se desliza para aproximarse al pequeño foco de luz que va abriéndose poco a poco, al verdadero foco, no el que mantiene con vida en su cabeza, cargado de trágicos acontecimientos y sucesos que mejor sería que no nacieran nunca.

            Él sí nace, y por fin respira sin nada que se lo impida; pero eso sí: sin dejar de llorar. Todavía no ha salido del todo, solo su cabeza, lo que le salva de una terrible muerte por asfixia. En ese instante, en el preciso momento en que se presenta al mundo, un rayo entrecruza su mente virgen, desprecintándola con un pinchazo a modo de flash, e indicando que ya es el momento de empezar a funcionar. Los ojos del pequeño se sienten sensibles a la claridad; sin embargo, en esa pantalla que parece poseer el interior de la frente, aflora una imagen en compañía de un estrépito. Escucha cómo una cabeza se golpea contra el suelo al igual que si esta fuera un balón medicinal chocando contra la pista de un polideportivo. A raíz de esto —mientras el bebé, y solo el bebé, lo ve todo en su cabeza—, empieza a manar sangre de la parte occipital, recorriendo el piso como si quisiera rellenar con rojo los huecos que separan a las baldosas, presintiéndolo en el mismo instante en que a él le escurre idéntico líquido por su arrugado y amoratado rostro de recién nacido; después, continuando con la premonición, ve una mano (también salpicada con gotas rojas) que avanza a tientas hacia un destino inconcluso. Escucha la palabra “Iván”, y entonces, terriblemente asustado en el mundo real, llora a lágrima viva y aplaza la vívida imagen hasta el momento de la revancha, quedando como un mero bulto cerca de la coronilla, simbolizando lo que más adelante no podría explicar con palabras.


Años más tarde mi madre me contó lo del bulto con el que nací. Fue un “bonito chichón” para la familia; para los médicos, retención de sangre por culpa de una relajación en el parto. Mi madre dejó de sentir dolor durante el alumbramiento. Fue como si de pronto, en pleno proceso, le hubieran inyectado la famosa “epidural” de hoy en día cuando yo asoma la cabeza, y entonces: “clak”, su vagina se relajó y me aprisionó el cráneo igual que si fuese un cepo a la hora de atrapar un ratón.

            Para la medicina no aportaba nada anómalo (si yo hubiera podido estudiar, lo habría hecho en serio. Con esto lo digo todo).

            Mi madre y yo tuvimos una especie de telepatía. El día de mi nacimiento conectamos por primera vez. Mi mente me avisó de algo terrible, y a ella, aunque nunca me lo haya dicho después, creo que también. Eso explica lo acontecido durante el parto.

            Lo “no importante” para la medicina me ha acompañado siempre, como un ángel de la guarda que cuida y protege al débil en los peores momentos. Bueno… El demonio primero fue un ángel, ¿no?

            Llegarás a saber que dicho bulto se convirtió en una especie de amuleto de carne; y también, en un fraude (demasiado pronto para explicarlo todo).

            Mi madre también me contó que la comadrona se alegró mucho al ver que yo nacía llorando. Lo lógico hubiera sido tener que darme unos cuantos azotes para arrancar a llorar; sin embargo, ya desde el primer segundo de vida, mi diferencia con el resto de los mortales se hacía notar.

            Le dijo que no se preocupara, que por el contrario debía de alegrarse. Significaba que nacía con una inteligencia superior a la media, que llegaba al mundo un superdotado. —Superdotado tiene dos significados, y para dos tipos diferentes de cabeza. Vuelvo a repetir: si hubiera podido estudiar, lo habría hecho en serio. Las batas blancas fallan más que una escopeta de feria.

            Le dijo eso; y que jamás, nunca en la vida, sería un fracasado.









 











Si quieres puedes hacerte con esta novela aquí
https://www.amazon.es/El-diario-fracasado-Jos%C3%A9-Losada-ebook/dp/B073QZKKQ2/ref=tmm_other_meta_binding_title_sr?_encoding=UTF8&qid=&sr=

          





















                      

lunes, 3 de abril de 2017

Al borde de la locura (Casa José Zorrilla/Valladolid)



                                               

Antes de partir hacia Vigo (siguiente parada) El tren de Al borde de la locura se detiene una vez más en la estación vallisoletana, esta vez en Casa Museo José Zorrilla. Será el miércoles 5 de abril, a las 20:00h.
Presentado por Jorge David Alonso Curiel (Saber moverse).
¿No es cierto, ángel de amor, que el miércoles en Casa Zorrilla, después de haber estado en Revilla, sabrá el libro mejor?
Tan cierto como que dos y dos son cuatro, cuatro y dos son seis, seis y dos son ocho y a las ocho (20:00h) me veréis.
¡Os espero!

viernes, 10 de marzo de 2017

Presentación de Al borde de la locura (Casa Revilla. Valladolid)

Quiero agradecer públicamente el apoyo que he recibido para que esta presentación haya sido posible; y no solo a las personas que han acudido y podéis ver en las fotos (que como siempre quedarán a kilómetros unas de otras porque el blog no me quiere), sino a medio Twitter que se ha encargado de publicitar el libro día a día, y así durante mes y medio. Han sido más de 250 tuits, más o menos el mismo número de RTs, tanto en grupos como de forma personal; a la gente que lo ha recomendado en Google +, incluso sé que también en Facebook aunque es una red que dejé a un lado hace tiempo. A la publicidad que se ha hecho en Valladolid y por supuesto a los que han estado a mi lado en este día tan especial y tienen el libro en sus manos. A vosotros por leerme, comentar y darme una oportunidad.
Solo ha sido la primera, la siguiente si todo va bien será en Fuenlabrada, porque el tren de Al borde de la locura parará en cada estación.
Nos vemos. Gracias.





                               


                                                           

           
                                                         




                                                                   




                                                           




                                                                           




                                                                       



                                                                       




                                                                         




                                                                       


                                                                           



                                                                           



                                                                     



                                                                       



           
                                                                         




























































































domingo, 5 de marzo de 2017

Presentación de "Al borde de la locura"

             

Ediciones Atlantis y yo os esperamos este viernes 10 de marzo en Casa Revilla (Valladolid) para la presentación y firma de mi libro "Al borde de la locura". Será a las 19:00h. ¡Os esperamos a todos!

 
                    Al borde de la locura

 
Ediciones Atlantis
218 pág
16€
En papel desde el 10 de marzo






















lunes, 27 de febrero de 2017

Al borde de la locura

               

                 

           


Hola, chicos y chicas.
De momento no hay relato, pero quiero compartir con todos/as la presentación de mi primera novela.
Se llama "Al borde de la locura", la edita Ediciones Atlantis y sale a la luz el día 10 de marzo.
La presentación oficial será en Valladolid, en casa Revilla, a las 19:00h, y también el viernes 10 de marzo.
Algún autor me ha comentado que cuando cuelga una novela en su blog, además de la portada del libro también lo acompaña con una fotografía suya. Os dejo la más reciente junto a la sinopsis, así no tenéis que ampliar la imagen.
Aprovecho para dar las gracias a los compañeros de Twitter, por todos los RTs y la publicidad que le estáis dando al libro desde hace unas semanas.
Infinitas gracias, de verdad. Y a las personas que sé que de todo corazón querrían estar pero me han dicho que no pueden. Algún día.
Si alguno/a lee el libro, espero que le guste.
Nos vemos.

Sinopsis

Un muchacho, harto de que lo desprecien e insulten, de no tener amigos y de no encontrar al amor de su vida, decide arrojarse a la vía del tren para poner punto final a su existencia. Mientras se dispone a hacerlo, aparece un anciano para evitar semejante locura. El chico, protesta y grita a viva voz que quiere destruirse, que no soporta vivir un día más, y que nada ni nadie le hará cambiar de opinión; pero el señor, muy seguro de sí mismo, le muestra una recopilación de relatos por medio de un libro electrónico, con el fin de entretenerlo y hacerle recapacitar.


"El arcoíris de la vida", para que el joven se dé cuenta de que no todo el mundo rebosa felicidad por los cuatro costados, y que no solo él es quien se siente solo; "El día", dejando claro que una persona puede llegar a ver cómo pasan los años sin conocer el amor; y aun así, seguir viviendo. "Entre risas". En este relato, se deja claro que las mujeres a veces también son crueles y pueden herir la sensibilidad, ridiculizando a un muchacho por haber nacido con un pene pequeño y deforme; "Mi cuerpo presente", donde un chico odia su cuerpo y decide destruirse poco a poco, creyéndose diferente a los demás; "Mi boca". Unos labios, durante años sellados en vida, sin voz ni voto para la sociedad, deciden volver a despegarse por última vez; "¿Quieres jugar un rato conmigo? La infancia lo marca todo, antojándose como el origen de los problemas. Que un niño, alguien que debería vivir soñando y sin borrar la sonrisa, se vea rechazado por alguien como él, aunque superior según los ojos de una niña, lo mata en vida...


Al borde de la locura recoge veinte relatos de terror psicológico, con pequeñas dosis de humor negro, sufrimiento, pena y soledad; pero al mismo tiempo, también una historia que lo une todo.


¿Logrará el anciano evitar una muerte querida a través de esas veinte historias?


Hay trenes que pasan más de una vez en la vida.

jueves, 26 de enero de 2017

Hasta pronto

           

Me gusta hablar mucho, pero que se me oiga poco. Con esto me refiero a que me encanta lo que hago, pero no busco ser el centro de atención. Cuando escribo una introducción como esta, parece que quiero que los ojos se centren en mí, y en cierto modo no puedo eludir eso porque lo escribo para que se lea; pero en verdad, no pretendo parecer un supermegaescritor hablándole a sus lectores. Ni me creo más ni menos que nadie, solo hago lo que me gusta y me dirijo a mis… ¿Diez o doce lectores, tal vez? Diez o doce para mí es todo un logro. Solo con tener uno, y que esa persona te lea, comente y espere a que le ofrezcas más y más relatos, es todo un honor para alguien que le habla al mundo a través de las letras (gracias).

Os hablo, sí, pero porque hoy más que nunca lo merecéis y estas líneas son necesarias.

He dicho una y mil veces que nadie es más que nadie porque venda más libros. Vender libros y ser famoso merece un profundo estudio, porque no todo el mundo llega a la cima por su talento o porque sea muy bueno, simplemente llega. Ni el blog ni yo queremos centrarnos en la clave del éxito, eso depende de cómo lo quiera ver cada uno, de lo que se sienta y de lo que se crea. En quienes sí quiero centrarme –además de dirigirme a vosotros, lectores y lectoras- es en mis compañeros de pasión. Para no enrollarme tanto, lo explicaré de una forma que se entienda perfectamente. En el fútbol está la primera, la segunda y la tercera división, ¿verdad? (siempre suelo poner ejemplos de fútbol; en él encuentro todo lo que necesito para hacer entender). Y todos, sean de la categoría que sean, son futbolistas. Federico larala larala y Matías lerele lerele, corren por el campo, chutan y meten goles como Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Unos son conocidos y otros no, pero todos forman parte del mismo deporte (me habéis entendido perfectamente).

Lectores y compis, lo que vais a leer es mi último relato (ahora es necesario que empiece a hablar en pasado). Como bien dice mi biografía, publicada en la entrada anterior, empecé a escribir por desahogo personal. Muchos de los relatos que habéis leído, como por ejemplo “Mi boca”, “Diario final de un fracasado”, “El arcoíris de la vida” y más que recoge el libro Al borde de la locura (está en el horno, a la espera todavía), forman parte de esa época en la que vivía por y para la escritura. Cada vez que escribía un relato, lo colgaba en mi anterior blog, entraba y veía “3 visitas”, sabía que tres personas habían escuchado mis problemas, y eso hacía que no me sintiera solo (una mala época, como nos ocurre a todos). Con el paso de los años, la necesidad se ha convertido en pasión. Durante los últimos meses (quizá el último año) las tres novelas y los cuarenta y cinco relatos que he escrito, han sido sin ninguna necesidad. El lector nota más el tema que el escritor trata, cosa que el propio autor no percibe hasta después de un tiempo. Quiero decir que puede verse perfectamente que no tiene nada que ver lo que escribía antes que lo último que he escrito. Este pasado año 2016 (el mejor de mi vida, sin duda, y donde firmaría por un 2016 eterno) todo cambió, por eso nacieron esas dos novelas y relatos.

Un escritor, escribe. Da igual el qué. Cuando alguien quiere dedicarse a esto se enfrenta al género que sea y a los temas que sean. Cambié mi estilo con el paso del tiempo, y tras ese estilo, llegasteis vosotros (tanto lectores como compis).

Vale.

Es mi último relato. ¿Por qué? Porque hay veces que no queda más remedio que decir “Hasta luego”, y nunca adiós. Necesito respirar y tomar aire para no terminar conversando como Soledad, la de uno de los relatos que podéis leer en este blog. Tengo mucho lío y poco tiempo para mí; por lo tanto, necesito… No sé cuánto tiempo. Ya sabéis que la vida se divide por etapas, y alguna de ellas hay que atraparla con fuerza y solo soltar cuando tenemos la certeza de que se va, y que se va para siempre. Uno de los motivos es ese. Me ha tocado, pero se va a ir pronto; y si no se va, una buena patada lo soluciona rápido…

De verdad que necesito un descanso, aunque me duele en el alma. Pero los relatos siguen aquí; quienes me leéis estáis por las redes, y además nos seguimos. No me conectaré mucho pero no me iré, así que pulularé por ahí como un fantasmita, dando bien de guerra y llenando de menciones a la red del pajarito azul.  También voy a terminar ya el taller. Dos trimestres para un curso de tres (lo siento, chicos. Sabéis que no puedo con el tercero. Pero ahora, más adelante ya se verá).

Y ahora el relato que vais a leer.

Querido José Losada, ¿por qué no has empezado por aquí, ahorrándonos todo ese tostón anterior? Porque ya he abandonado el blog en alguna ocasión y sin dar señales de vida. El mayor miedo que provoqué fue con el relato “Cara o cruz”, y fue sin intención. Cuando regresé a las redes era un espectro porque varias personas me habían enterrado. Creo que desde ese día lo explico todo más. Me quedo más tranquilo.

Tenía esta historia en la cabeza, y al final ella ha sido la elegida para mi despedida. Al mismo tiempo que digo adiós (hasta luego, perdón) el relato son diez páginas de sorpresa para vosotros. Me encanta hacer cosas de estas, no lo puedo remediar.

Siempre he escrito terror, con humor, amor y finales inesperados. He querido que esta última historia recoja todo. Sé que os va a gustar, y no por el relato en sí, sino porque sé que os gustará. Tenéis que leerlo con mucha atención, es lo único que pido.

Y ya para despedirme, decir que al final no os espera una sorpresa, sino una parte de mi película favorita. Como este relato es muy pero que muy especial, he querido rendir homenaje a lo que tantas y tantas veces he visto, aprendido, llorado y a la vez disfrutado. Si os encanta esa peli (no puedo decir nada todavía) veréis que los últimos diálogos de esta historia tienen un 80% igual a lo que dicen los actores. No podía copiarlo entero porque mi historia no lo permitía, pero sí lo básico. Espero que cuando lo estéis leyendo, recordéis esa película. Con ello, además de daros las gracias durante estas diez páginas, sabré que vuestras mentes conectan con la mía.

Gracias, gracias de verdad. Gracias por estas casi 60.000 visitas, por vuestros RTs, por vuestra amistad y confianza en mí cuando me refiero a los chicos y chicas del cibertaller. Gracias a las personas que me habéis comentado los relatos, que de vez en cuando lo releo para sacar una sonrisa feliz. Gracias a quienes habéis hecho que quiera firmar por un 2016 eterno, y retroceder aunque sea imposible. Gracias a todos.

Seguid leyendo los relatos que quedan en el blog, por favor.

Que os vaya bien. Hasta pronto.




—Pues no me parece bien, cariño dijo Érica. Caminaba enfurecida, y eso hacía que con cada paso sus tacones parecieran repiquetear el suelo. Del empeine nacían una serie de venas abultadas que se repartían por la parte desnuda del pie. Cuanta más rabia, mayor era el relieve que podía apreciarse en ellas. Se cambió el teléfono móvil de oreja sin parar a pensar que el bolso dejaría de rodear su hombro izquierdo; y en efecto: resbaló por la blusa, y emitiendo el característico sonido de un cojín deslizándose por la superficie desnuda de un sofá; ella redujo esa especie de aspereza colocándolo de nuevo, sin dar mayor importancia. Que yo, un simple narrador omnisciente, se centre en  recalcar el sonido y movimiento del asa de un bolso, a priori puede parecer excesivo, ridículo e innecesario; sin embargo, te diré que no, lector. Todo ocurre por algo, y que Érica cargue el bolso al hombro al mismo tiempo que mantiene una leve discusión con su pareja, para mí es como si se echase a la espalda los problemas, igual que si lo que dijese él en ese momento no tuviera ninguna valía para ella (y así era). Puede decir misa. Ese era el pensamiento de la joven porque su chico la había dejado tirada. Cuando una mujer se enfada es mejor cerrar el pico y escuchar todo lo que dice—. Llevábamos semanas esperando la llamada del propietario para ver la casacontinuó—, independizarnos y vivir juntos de una vez. Volvió a colocarse el bolso; sus caderas, debido al acelerado paso, lo movían constantemente; después, con tono fuerte y seco, mostrándose tirante con cada palabra, añadió—: Tú y yo. Solos. Los dos. En nuestra casa. Juntos. ¿Lo entiendes?

—Perfectamente respondió él. Tenía el teléfono aprisionado entre la oreja y el hombro. Su media melena lo ocultaba, y de no ser porque estaba solo en casa y nadie podía verlo, parecería que un loco con tortícolis mantenía una discusión consigo mismo—. Pero resulta que aho…

—¡Resulta nada! interrumpió ella. Se llamaba Érica Núñez Espinosa, pero más conocida por su chico como: “princesa” (para los momentos de pasión) y, “basilisco”, para los instantes de cabreo. Pero es que llevaba razón—. ¡¡Que va a ser nuestra casa!! gritó. Jaime apartó el teléfono y lo mantuvo a distancia. No le hacía falta el manos libres para escucharla—. No puedo decir que no.

Al ver que había dejado de hablar, él volvió a colocarse el móvil en la oreja. Luego, añadió:

—Entonces ve a verla, Érica, cariño. De verdad que no puedo. Me encantaría, pero no pu…

—¡¡VETE A LA MIERDA!!

Hacía dos meses que Jaime había acabado la carrera de medicina. Durante la residencia auscultó a un centenar de viejas bronquíticas. Una de ellas, con los pulmones limpios pero los ojos repletos de cataratas, confundió la pieza receptora del fonendoscopio que tenía sobre el pecho con la ventosa que colocan las enfermeras para los electrocardiogramas. Se la quitó con brusquedad y la golpeó como se golpea a una canica, solo que mientras Jaime tenía los auriculares en los oídos. Hasta ese día, jamás había sentido un picotazo tan penetrante en los tímpanos. Le duró horas. El grito de su novia, mandándole a la mierda, superaba con creces la molestia vivida en consulta.

Se retiró una vez más el teléfono mientras apiñaba los párpados con fuerza.

Joder…, masculló, pero su chica seguía con los gritos.

—¡Quédate en casa, sí! siguió ella—. No te muevas, no sea que vayas a partirte una pierna o cojas frío. Dios… Iluso amor.

—Cariño, si no voy es porqu…

—Ya lo miro yo interrumpió una vez más—. Tú ahí sentadito, con la calefacción, la tele y tumbadito en el sofá.

—Si me dejas explica…

—A lo mejor no me da la gana quedarme con esta casa, ¿sabes?

—Tú mírala, Érica, y si ves que no te con…

—Porque como voy yo SOLA, lo decidiré YO.

—Me parece bie…

—¿Vale?

—Que sí.

—¿Que sí qué? El tono cambió. Seguía enfadada, pero la pregunta fue más rápida y de esas que, respondas lo que respondas, jamás satisface a quien la formula.

—Que me parece bien que tú decidas.

—¿Encima te burlas? Se detuvo en mitad de la calle.

—No me estoy burlando, solo te di…

—¿Pero te ves con derecho a protestar? Volvió a colocarse el bolso.

—No estoy protestando, te esto…

—Mejor déjalo. No digas nada.

—¡Guapa! dijo un chico que escaneaba a Érica de arriba abajo—. En lo que miras al frente, entre estas dos farolas, te doy por el culo mientras la gozo con tus perolas. Ella se le quedó mirando a la vez que se mordía el labio inferior.

—Un segundo, mi amor le dijo a Jaime, sin dejar de mirar al grosero. Bajó el móvil del oído, se acercó al chico y, muy serena, respondió—: ¿Ah, sí?

—Claro, preciosa Seguía mirándola con deseo.

—Pues yo, con aguja, hilo y dos botones, puedo decorarte el roto que mi patada te abra en el forro de los cojones… ¿Lo probamos? La sonrisa tonta del chico se esfumó a la velocidad del rayo. Agachó la cabeza y se dio la vuelta.

—Espera añadió Érica.

Cuando este se volvió, ella le dio una fuerte bofetada; después, se colocó el bolso el cual pendía del antebrazo tras la agresión—, el móvil en el oído y, añadió—: ¿Por dónde íbamos, cariño?

—¿Qué ha pasado? preguntó Jaime.

—Nada. Acabo de aplaudir en la cara de un poeta que además de hacerme una rima sin gracia, quería arrimarse a mí; pero tú no me cambies de tema Jaime se echó a reír—. ¡¡No te rías, desgraciado!! gritó.

—Érica, mi amor, lo tuyo no tie…

—Ya estoy casi en la puerta interrumpió una vez más—. Te la tengo jurada. Palabra de honor que esta te la guardo.

—Joder, que de verdad que no pue…

—Tengo que dejarte dijo ella, muy seria—. Ya entro. Hasta pronto.

La puerta se abrió de golpe. Érica dio un respingo y se llevó las manos al pecho. Ante ella apareció un hombre de gran envergadura, el mismo que tuvo que agacharse para no levantar la piel de su coronilla pelada con el deteriorado marco. La chica reculó. Estuvo a punto de caer el móvil; pero, sin dejar de mirar al extraño tipo, lo guardó en el bolso.

-No se asuste, señorita –Esbozó una sonrisa turbada, la cual incrementó aún más el nerviosismo de Érica-. Tengo buenos dientes –Hizo sonar sus dos hileras de piezas dentales al dar un bocado al aire. La joven podía apreciar una reluciente dentadura-, pero en cincuenta y siete años de vida, todavía no he mordido a nadie.

Mientras sus labios se ensanchaban con lentitud, marcando el periodo de la nueva sonrisa y, manteniendo dos refulgentes órganos de visión, fijos en el rostro de la chica, extendió su mano. Érica bajó la vista para ver cinco rollizos dedos relajados. Tenía un sano tono de piel y desprendía un agradable aroma; su larga y canosa barba le daba un aspecto cuidado, así como su traje y su corbata. No cabía duda de que se cuidaba; sin embargo, era una persona que, a pesar de su buen aspecto, no daba buena espina. Algo en él… Érica no sabía definirlo, pero no se sentía cómoda.

-¿He comentado antes que no muerdo? –volvió a decir; de nuevo añadiendo una sonrisa.

Ella, urgida, sin otro remedio que aceptar, le estrechó la mano; pero con sumo cuidado, como con ese miedo que puede dar el enchufar algo con las manos húmedas. Sí; no. Sí; no.

El contacto se antojó como el fin de los problemas. Los dedos del hombre atraparon con delicadeza la pequeña y suave mano que le llegaba.

-Soy Matías –dijo-. Y tengo el gusto de conocer a…

Ella dudó unos instantes antes de decir atropelladamente:

-Érica. –Retiró la mano.

-Encantado, Érica –Volvió a sonreír. Eso empezaba a exasperar a la joven. Tanta sonrisa y tanta amabilidad, no terminaban de encajar.

-¿Viene sola? –preguntó.

-Sí. Bueno… -El hombre serió el rostro. La chica se inquietó-. Quie… quiero decir que… -Él la observaba con detalle, sin emitir una mueca-. Mi chico me está esperando en el coche. Él… -Forzó una sonrisa, aunque se antojó nerviosa. Sus rodillas se unieron tras doblar ligeramente las piernas, y gesticuló por impulso. Era como si una adolescente tuviera delante al hombre de sus sueños, solo que en el caso de Érica, el hombre de sus pesadillas. El pánico aumentaba su inquietud-. … se aburre viendo casas –Añadió un “je, je” a la sonrisa.

-Mejor -El esbozo de la chica se esfumó de repente; su tez quedó lívida ante los fríos ojos que la miraban. Del susto, tuvo la sensación de que su cabello moreno copiaba el tono canoso del extraño. Dentro de su pecho, una baqueta compuesta de impulsos bioeléctricos golpeaba a su angustioso corazón, disparando su frecuencia cardíaca-. Es broma, mujer –El hombre volvió a sonreír. Érica seguía seria.

»Adelante –Se retiró para que ella pasara sin dificultad.

La puerta quedó libre. Al tratarse de un hombre tan grande y corpulento, parecía que durante todo el tiempo que había ocultado el interior desde el umbral, hubiese sido la piedra gigante del sepulcro que custodiaba el cuerpo de Cristo.

Érica se veía ante un oscuro túnel, deseando no hallar tinieblas en el interior.

-No se lo piense tanto –volvió a decir él-. La casa tampoco muerde.

La chica dejó de mirarle porque sabía lo que haría después de hablar: sonreiría de nuevo; y en esos cinco escasos minutos, esa mueca ya revolvía sus entrañas.

Entró.

Nunca estás cuando te necesito, se dijo pensando en su chico.

El hombre también entró; y con Érica de espaldas a él, cerró la puerta.



*****    


El portazo no solo hizo retumbar la estructura de la vivienda, sino también estremecer el cuerpo de Érica. Mientras sonaba el estruendo inesperado, la chica miraba las viejas escaleras que tenía enfrente. Al escuchar el sonoro golpe, dio un salto para aterrizar frente al portón, al causante de su espanto. Lo hizo como quien juega al zapatito inglés y, después de decir: “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”, salta y contempla el movimiento de sus compañeros de juego.

            Érica quedó petrificada delante de la puerta. Buscaba un hueco por donde entrase claridad, algún desgaste en la madera que diese paso a un poco de luminosidad, por escasa que esta fuera; pero no, se hallaba entre cuatro paredes penumbrosas, dando la sensación de que se hubiera hecho de noche de repente. Sabía que permanecía encerrada, que no caería agua de un cielo tapado, ni el viento azuzaría sus mejillas. Estaba dentro de una casa, y sin embargo, a pesar de la asfixiante sensación, se sentía como en medio de la nada, al aire libre. El único sonido provenía de su boca, provocando unos ahogados “hi-i, hi-i”, como si aspirase a la vez que movía la cabeza a un lado y a otro. Notaba un calor sofocante en las mejillas, pero al mismo tiempo, por su frente empezaba a rezumar sudor frío. Podía sentir cómo resbalaba la gota, solo que con la sugestión, aquello parecía antojarse como un extraño bicho bajando por un tobogán humano.

            Entre la oscuridad, abrir y cerrar los párpados puede parecer una pérdida de tiempo, pero no lo es. Érica pestañeaba convulsivamente; y, cada vez que sus tiernas ventanas de carne subían y bajaban, la oscuridad recreaba tétricas sombras en movimiento, igual que si dentro de sus ojos un sinfín de bocetos a lápiz se movieran a gran velocidad, atrapando junto a ella a un espectro en movimiento. No estaba en la luna; aquello que se movía no era un fantasma luchando contra la fuerza de la gravedad, ni había retrocedido a la niñez, cuando le pedía a su hermano mayor que dejase la luz encendida porque todas las noches una sombra enlutada se acercaba a su cama, se mantenía allí con fijeza y, una vez que ella se escondía dentro de las sábanas, el visitante nebuloso desaparecía; sin embargo, lo seguía sintiendo muy presente… No, solo era producto de su imaginación dentro de una casa desconocida y en compañía del hombre más extraño que había conocido nunca.      

            Dios dijo: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. Lo que no dijo el todopoderoso, fue que debía hacerse después de que una mano se posase en el hombro de Érica y esta chillase como quien ve a una rata muerta delante de sus narices. Así se hizo (lo hizo). El grito superó con creces al anterior retumbe que había provocado la puerta.

            Tras el histérico alarido, la chica se retiró de aquello que acariciaba su hombro después de haberse posado en él con desgana. Vio que se trataba del casero; él era el culpable del último en una serie de sustos en cadena.

            -¡¿Qué hace?! –gritó más que preguntó-. ¿Pretende matarme de un susto, o qué? –De un susto o no, rezaría porque no la matase.

            El hombre mantenía el brazo estirado como quien espera a que el yoyó se enrosque en la cuerda y regrese a los dedos para hacerlo bajar de nuevo.

            -La veo muy asustada –aseguró con voz trémula. Bajó el brazo.

            -¿Se extraña? –espetó la chica-. ¡Me ha dado un susto de muerte! –Se llevó la mano al pecho. Aquello de contar hasta cien antes de hablar, no servía. Los latidos superaban el número requerido, y lo único que harían sería descentrarla más. Mejor no pensar; mejor…

            -Acompáñeme –dijo él-. Ha venido a ver la casa, ¿no? – Tras las palabras, afloró una vez más la exasperante sonrisa. Los latidos de Érica redujeron el ritmo, cambiándose por bombeos rabiosos.

            -No más sustos, ¿ok? –advirtió.

            -No prometo nada.

            -¿Eh? –Érica palideció, pero con el entrecejo fruncido.

            -Es broma. –La sonrisa apareció sin esfuerzo-. Sígame –añadió, girando para adentrarse por el pasillo central.

            Ay cuando llegue a casa…, pensó, recordando a su chico. Vas a saber lo que es bueno.

            -Érica.

            -¿Eh? –preguntó. Pero la voz no correspondía al casero; él seguía caminando por el pasillo.

            -Vamos, no se quede atrás. –Esta voz sí era la del hombre, quien se dio la vuelta al ver que la chica no avanzaba. La anterior, no.

            La joven se encogió de hombros y  continuó.



*****

           

Érica se sentía como caminando por un túnel subterráneo, de esos en los que hasta las letras de los grafitis bailan cada vez que pasa el tren. –Todas las mañanas cruzaba uno para acudir al trabajo, y daba lo mismo que fuesen las nueve de la mañana o las once de la noche, ya que cruzarlo era como pasear entre las tinieblas. Siempre (y así lo llevaba viviendo siete meses), cuando llegaba hacia la mitad, se le antojaba pasar al tren. Su potente fuerza hacía que la joven se quedase petrificada en medio de la oscuridad, justo en el tramo donde el túnel era invadido por una ceguera natural. Apretaba los párpados y rezaba, suplicando para que el techo no se abriera y los escombros la sepultaran de por vida. Cuando el tren se alejaba, las paredes tardaban en regresar a su estado habitual, como si fuesen el agua de un río instantes después de que una piedra haya botado por encima. Estas seguían vibrando, momento en que, ya con algo de luz, las letras de los grafitis se retorcían como el título de “Pesadillas”, de R.L. Stine-. El casero llevaba la cabeza tan gacha que parecía una joroba andante. De no ser porque lo había visto antes y sabía que era él, Érica hubiera jurado que lo que caminaba delante de ella era la picuda piedra que Obelix suele llevar a su espalda.

            El pasillo era presidido por numerosos cuadros. Una señora, con un collar de perlas, que parecía estrangular la circulación de una gigantesca papada, aparecía retratada en uno de ellos como si fuese la mismísima Mona Lisa, solo que no tenía nada ni de mona ni de lisa. Enfrente, un larguirucho ser con sombrero de copa y un mostacho retorcido como las espirales que arrastra un caracol encima de él, miraba al techo, dando la sensación de querer escalar el cuadro y asomar la cabeza por el borde.

            -Son Un regalo familiar de mis antepasados –comentó el hombre, sin girarse. Érica se sorprendió. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el casero lo intuía. Entre más de ocho cuadros llamativos y dos mesillas, todo indicaba a que los ojos preferían las pinturas-: padre, madre, el tío Gabriel, el primo Braulio. Y aquellos son Valesia, Razel, La familia Marlo, El Duque de Altozano  y… -Señaló el último de los cuadros-. La abuela.

            La chica do un respingo al ver un rostro tan arrugado. Era como si en verdad el lienzo estuviera abombado y el retrato pintado sobre una superficie de cartón piedra; pero no, aquella vieja, mientras posaba para el pintor, tenía la cara así. Cada arruga era tan gruesa como el cartílago de una oreja. Los ojos, achicados dentro de dos carnosos párpados, parecían ser los agujeros de un antifaz, dejando unas pupilas tan achicadas que apenas se veían. Los labios un simple trazo pintado sin ganas ni fuerza, una línea a modo de rápido subrayado. Al mismo tiempo, esa extraña mueca parecía sonreír, como las brujas en los cuadros del relato de Campirela.

            -Nos dejó con la friolera edad de noventa y siete años –añadió el casero. La joven miraba el cuadro con repulsión y, a la vez, respeto-. Se pasó toda la vida Persiguiendo un corazón, hasta que conoció a mi abuelo y… ya sabes; porque puedo tutearte, ¿verdad? –Érica le miró. Olvidó que hallaría la estúpida e irritante sonrisa; topó de lleno con ella y, mientras apiñaba los párpados con fuerza –a la vez que apretaba los puños-, respondió:

            -Sí –Resopló antes de añadir-: claro que sí. –Levantó los párpados.

            -Se me hacía difícil tratar de usted a alguien tan joven –reconoció al mismo tiempo que seguía adelante.

            -Bueno, tampoco soy una niña. –Se entretuvo a mirar un libro abierto que descansaba sobre la mesilla.

            “Eres mi dulce sueño, sublime aire venidero…”

            -Me encantan estos libros…

            -¿Decías algo? –El casero se dio la vuelta.

            -¿Eh? –La chica cerró el libro de golpe-. No… ah…

            -¿Te gustan los libros?

            -Sí… La verdad es que me declaro lectora vo…

            -En esta casa encontrarás muchos –interrumpió él-. Tengo la biblioteca llena, y alguno que no sé dónde ha ido a parar. Habrá como unos 8 cuentos perdidos. Soy un desastre y lo pierdo todo. No tengo remedio. –Érica no decía nada-. Recuerdo hasta El día que perdí mi sombra… -Rio-. Tendrás Tardes de lectura gratis.

            La chica sonrió.

-¿Tardó mucho tu abuela en encontrar a tu abuelo? –Soltó de golpe. Fue lo primero que llegó a su cabeza.

            -Un poco. Y ya me extraña, porque era una mujer preciosa –Érica palideció aún más que anteriormente. Los sustos que se había llevado no eran nada en comparación con lo que acababa de escuchar-. ¿Qué? –preguntó el casero. Mostró un rostro firme y serio. Daba verdadero pavor. Érica tragó saliva.

            -Es… que… -empezó a decir, muy nerviosa. El hombre no aguantó más, perdió La resistencia y se echó a reír. La risa atronó bajo el abovedado pasillo, provocando un terrible eco, pero al mismo tiempo, esperanzador.

            -¿De verdad crees que lo decía en serio? –Siguió riendo-. Era fea, pero fea de cojones –La chica sonrió-. Pero bueno… Las pelirrojas también se enamoran. Todo el mundo tiene derecho.

            -Hay pelirrojas guapas –añadió Érica.

            -Y morenas -La chica carraspeó. Prefería el piropo del grosero que quería arrimarse. Con el casero solo sentía repugnancia-. Te enseñaré al resto de la familia –Cortó él.

            -Érica.

            Era la segunda vez que escuchaba su nombre dentro de esa casa. Miró hacia ambos lados en busca de la voz, pero no vio a nadie.

            -Oye –Aquello no pintaba bien-. Ya van dos ve…

            -Esta era la habitación de la abuela –interrumpió de nuevo, abriendo la puerta de un amplio dormitorio.

            A los ojos de la chica llegaron cuatro paredes con las esquinas apergaminadas; era como si cada una de ellas estuviera forrada con viejos papiros y, en las esquinas, enroscados en forma cilíndrica, amarillentos rulos reflejaban su deterioro inicio o final. ¿Quién sabía si esas esquinas fueron lo primero o lo último en tomar contacto con la pared? Tal vez la vieja, retratada de nuevo en la de enfrente, justo la que podía apreciarse al entrar. En esta nueva pintura, su rostro se asemejaba aún más a lo que cubría las paredes. Una de dos: o Érica veía un rostro idéntico al arrugado papel de las paredes, o estas cuatro estaban forradas con la piel de la difunta. Demasiado atroz y a la vez exagerado, ¿no? Serían Historias al otro lado de la razón. Sí, pero solo de pensarlo, tan solo de sentir que el pintor hubiese decorado la piel con dos garabatos blancos en función de ojos, un poco de cabello, nariz y un lánguido trazo para la boca, la chica sufrió una severa taquicardia. Su motor protestó con un “pumpumpumpum”+escalofrío + sensación de un nuevo sudor en la frente + … Miedo, puro terror.

            El viejo camastro no contaba con más que un jergón de aluminio, sujeto por cuatro palos que, a ojos de cualquiera, representaban una cruz desnuda. A la memoria de Érica llegaron los huesos de la anciana, y la imaginó tan esquelética como lo que contemplaba.

            -Mi pobre abuela… -comentó el hombre, apenado-. La siento muy viva todavía. –Acarició el cuadro; después, se frotó las yemas de los dedos, como si la pintura llorase al sentir una muestra de cariño-. Estoy seguro de que ella brilla, Más allá del camino, En la luz de una estrella –Miró por la ventana-. Allí –Señaló. La chica miró, aunque prestando más atención a sus pensamientos terroríficos que a lo que en realidad veían sus ojos-. Sigue muy viva Entre los nuestros; todos la queríamos mucho, ¿sabes?

            Érica imaginaba que sí, como ella había querido a su abuela antes de estirar la pata. No tenía la cabeza para prestar atención a recuerdos familiares, solo quería terminar de una vez por todas. Irse, o tal vez quedarse pero no escuchar ni ver nada más. Dar un sí, regresar a casa, matar a su novio por cojonazos y, muy probablemente, sanear el papel de las paredes con su piel una vez que se la arrancase a tiras.

            Te daría de hostias, cariño… Te las voy a dar, se dijo, muda completamente delante del ser que miraba las estrellas siendo de día. Pero él conocía la posición donde, a su forma de entender, la vieja brillaba junto a la Luna.  

            -Pero murió –continuó el casero. Se llevó los dedos a los ojos, masajeando los párpados para limpiar las lágrimas que extrañaban a su abuela-. Una mujer de la cabeza a los pies. ¡¡UNA VALIENTE!! –Sus palabras hicieron retumbar la habitación; la chica reculó-. La envidia de toda La comunidad. Sé que aún brilla porque siempre brillaba, como El rubí más precioso que puedas contemplar. Carecía de hermosura pero valía más que todas las mujeres de alrededor: viejas a su lado; demacradas, Despeinadas, sin vida en los ojos… -Se acercó a Érica. Ella reculó de nuevo-. Se enfrentaba a todo, Sin miedo a vivir, sin miedo a soñar.

            -Una heroína, sí –comentó la chica, con la boca entrecerrada, la piel lívida y sin dejar de recular.

            -Los Héroes del cielo merecen más que un simple recuerdo, ¿no crees? –Ella asintió con la cabeza. “Todo lo que tú quieras”, se dijo. El casero desvió la mirada hacia un rincón-. De madrugada, escribía poemas ahí –Se dirigió hacia la mesa; levantó un objeto que ejercía de pisapapeles, lo miró y, una vez más, las lágrimas brotaron de sus entristecidos ojos-. Su escritorio. Ella lo llamaba El escritorio del búho, y este pequeño búho –añadió, refiriéndose al objeto que sostenía-, era su inspiración en las frías y cálidas noches, lloviera, nevara o hiciese un calor insoportable. –Cogió el folio que el búho estuvo protegiendo durante años y empezó a leer-:

            Cuando las brasas del infierno invaden la piel, ni tan siquiera las lágrimas son capaces de apagar el fuego. No calman, sino que por el contrario, sofocan más. La tristeza nubla el juicio, y los ojos, obnubilados con goterones de amargura, pactan con la oscuridad, pidiendo auxilio Desde el tragaluz que manipula las imágenes de una vida perdida. –Érica ya no tenía miedo. Sentía pena-. El lamento mantiene con vida a lo que jamás regresará, ya sea humano o una pérdida impuesta por los Desafíos del destino. Solo queda la memoria como único recuerdo: la de los buenos y malos momentos; la Memoria del Paraíso, donde dos seres humanos pecaban de pura inocencia, sin daño, solo por instinto. La Mía, dando vueltas una y otra vez a los defectos y a las virtudes, a los errores que reviven Tras la bruma, donde Nada es lo que parece y todo cobra el sentido que quiero desechar. Me separan de la felicidad como si me arrancasen la vida A corazón abierto. Y allí, en un rinconcito, al mismo tiempo que el dolor recorre mis mejillas y la vista recobra algo de fuerza, me digo: mira, La princesa ya se ve, pero en verdad no se ve nada, tan solo la nefasta ilusión de creerme una reina, y podría decirse que más bien soy La condesa muerta, deseosa de que tal vez, no en el primero ni en el segundo, sino En el quinto conjuro, deje de verme morir Por el amor de una rosa, olvide la fantasía y me centre en la verdadera realidad, esa que me indica a gritos que no soy nada ni nadie”.    

            Tras concluir el relato de su abuela, el hombre se enjugó las lágrimas.

            -Lo que escribió cuando se quedó sola… Así era mi abuela Érica.

            La Érica viva palideció más que nunca.

            -¿Érica?

            -En efecto. –Dejó el folio en su lugar-. Y mi madre también se llamaba así. Es curioso, ¿verdad? –La tristeza se evaporó para dar paso a la irritante sonrisa-. Y, fíjate cómo son las cosas, oye. ¿Te puedes creer que antes de morir, mi abuela dijo que regresaría en busca de su hija? Aseguró que su espíritu quedaría en esta casa, y que gritaría su nombre para aumentar su remordimiento. –Se acercó a la chica, quien, blanca como el papel, parecía una estatua-. Por eso mi madre se fue de aquí. Pero no te preocupes, ya que muerta la perra se acabó la rabia. –Volvió a sonreír una vez más-. Enseguida regreso.

            Salió de la habitación.  Érica se sentía presa de un angustioso malestar general.

            -Érica –Escuchó por tercera vez.

            Al fin lo comprendía todo. No estaba soñando, y por supuesto que el casero no había movido los labios en las veces anteriores que escuchó su nombre. ¡¡Era la vieja!! El fantasma de la abuela escritora se había manifestado para llevársela.

            -¡Sal de ahí! –Escuchó.

            Su corazón se aceleró. Perdía el equilibrio; era como si la habitación diese vueltas, o tal vez, en realidad las diera. El cuadro de la anciana parecía moverse a un lado y a otro. El trazo de su boca se ensanchaba, dando la sensación de que la irritante sonrisa era hereditaria, y que los miembros de esa familia se las ingeniaban para sonreír en los peores momentos. La vieja sonreía, palabra de honor.

            -¡Érica! –Escuchó de nuevo; y no una, sino hasta tres veces.

            La vieja seguía sonriendo en el cuadro. Las esquinas de las paredes se desenroscaban para regresar a su lugar, lisas y perfectamente cuidadas, como la línea que siempre estuvo en la boca de la vieja antes de decidirse a sonreír, antes de que la irrealidad cobrase forma a su antojo, antes de que… Antes de todo.

            La miraba. Esos ojos vacíos, como los del antifaz que comenté antes, se clavaban en el rostro de Érica, carente de color al retener toda la sangre en el motor de su cuerpo.

            Volvió a escuchar su nombre una vez más, y entonces su cabeza imaginó que el jergón movía sus lánguidas piezas de madera como si de verdad fueran los deteriorados huesos de la difunta Érica, que se retorcían como el papel de las paredes y cobraban vida delante de su atónita mirada. Quizá para decirle: ¡Sal de aquí, Érica! Vete con mi hija y déjame sola. No soy nada ni nadie, ¿recuerdas? ¡NI TÚ TAMPOCO! –Y después llegaría la sonrisa, en boca de la vieja pero en tétrica similitud de su vivo recuerdo: del casero.

            -¡Escúchame, Érica!

            La chica cayó de rodillas.

            -¡Tienes que salir de ahí!

            La habitación seguía dando vueltas; y una de ellas, la más rápida y potente de todas, como si su intención fuera borrarle la vida de un plumazo, se apoderó de sus sentidos, de su miedo y del resto de su vida.

            La cabeza impactó contra el suelo en un ronco y seco movimiento. Ya eran tres las Éricas muertas. La del cuadro no sonreía.

            El casero entró y vio a la chica en el suelo

            -Pero, ¿qué ha pasado aquí? –Se acercó a ella y vio que no había nada que hacer.

            -¡Érica! –escuchó-. ¡Dime algo!

            -¿De dónde viene eso?

            Al escucharlo por segunda vez, abrió el bolso de la recién fallecida. Por el móvil, Jaime gritaba, totalmente histérico. Érica olvidó colgar y él lo escuchó todo. Era quien había estado gritando su nombre para que ella saliera de allí, no el espíritu de ninguna vieja arrugada.

            El hombre se colocó el teléfono en la oreja, y dijo:

            -Érica…

            -¡Dónde está Érica?! ¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien? –preguntó Jaime.

            -Según parece, llevado por el temor –empezó a decir, sereno-, con tus palabras, tú… la mataste.

            -¿Yo? –Jaime palideció-. ¡No puede ser!

            -Ahora está con mamá y la abuela. Pero no te preocupes: en el cielo brillan todas las estrellas que queremos –Esbozó su mítica sonrisa.

            -¡NOOOOOOOO!