jueves, 26 de enero de 2017

Hasta pronto

           

Me gusta hablar mucho, pero que se me oiga poco. Con esto me refiero a que me encanta lo que hago, pero no busco ser el centro de atención. Cuando escribo una introducción como esta, parece que quiero que los ojos se centren en mí, y en cierto modo no puedo eludir eso porque lo escribo para que se lea; pero en verdad, no pretendo parecer un supermegaescritor hablándole a sus lectores. Ni me creo más ni menos que nadie, solo hago lo que me gusta y me dirijo a mis… ¿Diez o doce lectores, tal vez? Diez o doce para mí es todo un logro. Solo con tener uno, y que esa persona te lea, comente y espere a que le ofrezcas más y más relatos, es todo un honor para alguien que le habla al mundo a través de las letras (gracias).

Os hablo, sí, pero porque hoy más que nunca lo merecéis y estas líneas son necesarias.

He dicho una y mil veces que nadie es más que nadie porque venda más libros. Vender libros y ser famoso merece un profundo estudio, porque no todo el mundo llega a la cima por su talento o porque sea muy bueno, simplemente llega. Ni el blog ni yo queremos centrarnos en la clave del éxito, eso depende de cómo lo quiera ver cada uno, de lo que se sienta y de lo que se crea. En quienes sí quiero centrarme –además de dirigirme a vosotros, lectores y lectoras- es en mis compañeros de pasión. Para no enrollarme tanto, lo explicaré de una forma que se entienda perfectamente. En el fútbol está la primera, la segunda y la tercera división, ¿verdad? (siempre suelo poner ejemplos de fútbol; en él encuentro todo lo que necesito para hacer entender). Y todos, sean de la categoría que sean, son futbolistas. Federico larala larala y Matías lerele lerele, corren por el campo, chutan y meten goles como Leo Messi y Cristiano Ronaldo. Unos son conocidos y otros no, pero todos forman parte del mismo deporte (me habéis entendido perfectamente).

Lectores y compis, lo que vais a leer es mi último relato (ahora es necesario que empiece a hablar en pasado). Como bien dice mi biografía, publicada en la entrada anterior, empecé a escribir por desahogo personal. Muchos de los relatos que habéis leído, como por ejemplo “Mi boca”, “Diario final de un fracasado”, “El arcoíris de la vida” y más que recoge el libro Al borde de la locura (está en el horno, a la espera todavía), forman parte de esa época en la que vivía por y para la escritura. Cada vez que escribía un relato, lo colgaba en mi anterior blog, entraba y veía “3 visitas”, sabía que tres personas habían escuchado mis problemas, y eso hacía que no me sintiera solo (una mala época, como nos ocurre a todos). Con el paso de los años, la necesidad se ha convertido en pasión. Durante los últimos meses (quizá el último año) las tres novelas y los cuarenta y cinco relatos que he escrito, han sido sin ninguna necesidad. El lector nota más el tema que el escritor trata, cosa que el propio autor no percibe hasta después de un tiempo. Quiero decir que puede verse perfectamente que no tiene nada que ver lo que escribía antes que lo último que he escrito. Este pasado año 2016 (el mejor de mi vida, sin duda, y donde firmaría por un 2016 eterno) todo cambió, por eso nacieron esas dos novelas y relatos.

Un escritor, escribe. Da igual el qué. Cuando alguien quiere dedicarse a esto se enfrenta al género que sea y a los temas que sean. Cambié mi estilo con el paso del tiempo, y tras ese estilo, llegasteis vosotros (tanto lectores como compis).

Vale.

Es mi último relato. ¿Por qué? Porque hay veces que no queda más remedio que decir “Hasta luego”, y nunca adiós. Necesito respirar y tomar aire para no terminar conversando como Soledad, la de uno de los relatos que podéis leer en este blog. Tengo mucho lío y poco tiempo para mí; por lo tanto, necesito… No sé cuánto tiempo. Ya sabéis que la vida se divide por etapas, y alguna de ellas hay que atraparla con fuerza y solo soltar cuando tenemos la certeza de que se va, y que se va para siempre. Uno de los motivos es ese. Me ha tocado, pero se va a ir pronto; y si no se va, una buena patada lo soluciona rápido…

De verdad que necesito un descanso, aunque me duele en el alma. Pero los relatos siguen aquí; quienes me leéis estáis por las redes, y además nos seguimos. No me conectaré mucho pero no me iré, así que pulularé por ahí como un fantasmita, dando bien de guerra y llenando de menciones a la red del pajarito azul.  También voy a terminar ya el taller. Dos trimestres para un curso de tres (lo siento, chicos. Sabéis que no puedo con el tercero. Pero ahora, más adelante ya se verá).

Y ahora el relato que vais a leer.

Querido José Losada, ¿por qué no has empezado por aquí, ahorrándonos todo ese tostón anterior? Porque ya he abandonado el blog en alguna ocasión y sin dar señales de vida. El mayor miedo que provoqué fue con el relato “Cara o cruz”, y fue sin intención. Cuando regresé a las redes era un espectro porque varias personas me habían enterrado. Creo que desde ese día lo explico todo más. Me quedo más tranquilo.

Tenía esta historia en la cabeza, y al final ella ha sido la elegida para mi despedida. Al mismo tiempo que digo adiós (hasta luego, perdón) el relato son diez páginas de sorpresa para vosotros. Me encanta hacer cosas de estas, no lo puedo remediar.

Siempre he escrito terror, con humor, amor y finales inesperados. He querido que esta última historia recoja todo. Sé que os va a gustar, y no por el relato en sí, sino porque sé que os gustará. Tenéis que leerlo con mucha atención, es lo único que pido.

Y ya para despedirme, decir que al final no os espera una sorpresa, sino una parte de mi película favorita. Como este relato es muy pero que muy especial, he querido rendir homenaje a lo que tantas y tantas veces he visto, aprendido, llorado y a la vez disfrutado. Si os encanta esa peli (no puedo decir nada todavía) veréis que los últimos diálogos de esta historia tienen un 80% igual a lo que dicen los actores. No podía copiarlo entero porque mi historia no lo permitía, pero sí lo básico. Espero que cuando lo estéis leyendo, recordéis esa película. Con ello, además de daros las gracias durante estas diez páginas, sabré que vuestras mentes conectan con la mía.

Gracias, gracias de verdad. Gracias por estas casi 60.000 visitas, por vuestros RTs, por vuestra amistad y confianza en mí cuando me refiero a los chicos y chicas del cibertaller. Gracias a las personas que me habéis comentado los relatos, que de vez en cuando lo releo para sacar una sonrisa feliz. Gracias a quienes habéis hecho que quiera firmar por un 2016 eterno, y retroceder aunque sea imposible. Gracias a todos.

Seguid leyendo los relatos que quedan en el blog, por favor.

Que os vaya bien. Hasta pronto.




—Pues no me parece bien, cariño dijo Érica. Caminaba enfurecida, y eso hacía que con cada paso sus tacones parecieran repiquetear el suelo. Del empeine nacían una serie de venas abultadas que se repartían por la parte desnuda del pie. Cuanta más rabia, mayor era el relieve que podía apreciarse en ellas. Se cambió el teléfono móvil de oreja sin parar a pensar que el bolso dejaría de rodear su hombro izquierdo; y en efecto: resbaló por la blusa, y emitiendo el característico sonido de un cojín deslizándose por la superficie desnuda de un sofá; ella redujo esa especie de aspereza colocándolo de nuevo, sin dar mayor importancia. Que yo, un simple narrador omnisciente, se centre en  recalcar el sonido y movimiento del asa de un bolso, a priori puede parecer excesivo, ridículo e innecesario; sin embargo, te diré que no, lector. Todo ocurre por algo, y que Érica cargue el bolso al hombro al mismo tiempo que mantiene una leve discusión con su pareja, para mí es como si se echase a la espalda los problemas, igual que si lo que dijese él en ese momento no tuviera ninguna valía para ella (y así era). Puede decir misa. Ese era el pensamiento de la joven porque su chico la había dejado tirada. Cuando una mujer se enfada es mejor cerrar el pico y escuchar todo lo que dice—. Llevábamos semanas esperando la llamada del propietario para ver la casacontinuó—, independizarnos y vivir juntos de una vez. Volvió a colocarse el bolso; sus caderas, debido al acelerado paso, lo movían constantemente; después, con tono fuerte y seco, mostrándose tirante con cada palabra, añadió—: Tú y yo. Solos. Los dos. En nuestra casa. Juntos. ¿Lo entiendes?

—Perfectamente respondió él. Tenía el teléfono aprisionado entre la oreja y el hombro. Su media melena lo ocultaba, y de no ser porque estaba solo en casa y nadie podía verlo, parecería que un loco con tortícolis mantenía una discusión consigo mismo—. Pero resulta que aho…

—¡Resulta nada! interrumpió ella. Se llamaba Érica Núñez Espinosa, pero más conocida por su chico como: “princesa” (para los momentos de pasión) y, “basilisco”, para los instantes de cabreo. Pero es que llevaba razón—. ¡¡Que va a ser nuestra casa!! gritó. Jaime apartó el teléfono y lo mantuvo a distancia. No le hacía falta el manos libres para escucharla—. No puedo decir que no.

Al ver que había dejado de hablar, él volvió a colocarse el móvil en la oreja. Luego, añadió:

—Entonces ve a verla, Érica, cariño. De verdad que no puedo. Me encantaría, pero no pu…

—¡¡VETE A LA MIERDA!!

Hacía dos meses que Jaime había acabado la carrera de medicina. Durante la residencia auscultó a un centenar de viejas bronquíticas. Una de ellas, con los pulmones limpios pero los ojos repletos de cataratas, confundió la pieza receptora del fonendoscopio que tenía sobre el pecho con la ventosa que colocan las enfermeras para los electrocardiogramas. Se la quitó con brusquedad y la golpeó como se golpea a una canica, solo que mientras Jaime tenía los auriculares en los oídos. Hasta ese día, jamás había sentido un picotazo tan penetrante en los tímpanos. Le duró horas. El grito de su novia, mandándole a la mierda, superaba con creces la molestia vivida en consulta.

Se retiró una vez más el teléfono mientras apiñaba los párpados con fuerza.

Joder…, masculló, pero su chica seguía con los gritos.

—¡Quédate en casa, sí! siguió ella—. No te muevas, no sea que vayas a partirte una pierna o cojas frío. Dios… Iluso amor.

—Cariño, si no voy es porqu…

—Ya lo miro yo interrumpió una vez más—. Tú ahí sentadito, con la calefacción, la tele y tumbadito en el sofá.

—Si me dejas explica…

—A lo mejor no me da la gana quedarme con esta casa, ¿sabes?

—Tú mírala, Érica, y si ves que no te con…

—Porque como voy yo SOLA, lo decidiré YO.

—Me parece bie…

—¿Vale?

—Que sí.

—¿Que sí qué? El tono cambió. Seguía enfadada, pero la pregunta fue más rápida y de esas que, respondas lo que respondas, jamás satisface a quien la formula.

—Que me parece bien que tú decidas.

—¿Encima te burlas? Se detuvo en mitad de la calle.

—No me estoy burlando, solo te di…

—¿Pero te ves con derecho a protestar? Volvió a colocarse el bolso.

—No estoy protestando, te esto…

—Mejor déjalo. No digas nada.

—¡Guapa! dijo un chico que escaneaba a Érica de arriba abajo—. En lo que miras al frente, entre estas dos farolas, te doy por el culo mientras la gozo con tus perolas. Ella se le quedó mirando a la vez que se mordía el labio inferior.

—Un segundo, mi amor le dijo a Jaime, sin dejar de mirar al grosero. Bajó el móvil del oído, se acercó al chico y, muy serena, respondió—: ¿Ah, sí?

—Claro, preciosa Seguía mirándola con deseo.

—Pues yo, con aguja, hilo y dos botones, puedo decorarte el roto que mi patada te abra en el forro de los cojones… ¿Lo probamos? La sonrisa tonta del chico se esfumó a la velocidad del rayo. Agachó la cabeza y se dio la vuelta.

—Espera añadió Érica.

Cuando este se volvió, ella le dio una fuerte bofetada; después, se colocó el bolso el cual pendía del antebrazo tras la agresión—, el móvil en el oído y, añadió—: ¿Por dónde íbamos, cariño?

—¿Qué ha pasado? preguntó Jaime.

—Nada. Acabo de aplaudir en la cara de un poeta que además de hacerme una rima sin gracia, quería arrimarse a mí; pero tú no me cambies de tema Jaime se echó a reír—. ¡¡No te rías, desgraciado!! gritó.

—Érica, mi amor, lo tuyo no tie…

—Ya estoy casi en la puerta interrumpió una vez más—. Te la tengo jurada. Palabra de honor que esta te la guardo.

—Joder, que de verdad que no pue…

—Tengo que dejarte dijo ella, muy seria—. Ya entro. Hasta pronto.

La puerta se abrió de golpe. Érica dio un respingo y se llevó las manos al pecho. Ante ella apareció un hombre de gran envergadura, el mismo que tuvo que agacharse para no levantar la piel de su coronilla pelada con el deteriorado marco. La chica reculó. Estuvo a punto de caer el móvil; pero, sin dejar de mirar al extraño tipo, lo guardó en el bolso.

-No se asuste, señorita –Esbozó una sonrisa turbada, la cual incrementó aún más el nerviosismo de Érica-. Tengo buenos dientes –Hizo sonar sus dos hileras de piezas dentales al dar un bocado al aire. La joven podía apreciar una reluciente dentadura-, pero en cincuenta y siete años de vida, todavía no he mordido a nadie.

Mientras sus labios se ensanchaban con lentitud, marcando el periodo de la nueva sonrisa y, manteniendo dos refulgentes órganos de visión, fijos en el rostro de la chica, extendió su mano. Érica bajó la vista para ver cinco rollizos dedos relajados. Tenía un sano tono de piel y desprendía un agradable aroma; su larga y canosa barba le daba un aspecto cuidado, así como su traje y su corbata. No cabía duda de que se cuidaba; sin embargo, era una persona que, a pesar de su buen aspecto, no daba buena espina. Algo en él… Érica no sabía definirlo, pero no se sentía cómoda.

-¿He comentado antes que no muerdo? –volvió a decir; de nuevo añadiendo una sonrisa.

Ella, urgida, sin otro remedio que aceptar, le estrechó la mano; pero con sumo cuidado, como con ese miedo que puede dar el enchufar algo con las manos húmedas. Sí; no. Sí; no.

El contacto se antojó como el fin de los problemas. Los dedos del hombre atraparon con delicadeza la pequeña y suave mano que le llegaba.

-Soy Matías –dijo-. Y tengo el gusto de conocer a…

Ella dudó unos instantes antes de decir atropelladamente:

-Érica. –Retiró la mano.

-Encantado, Érica –Volvió a sonreír. Eso empezaba a exasperar a la joven. Tanta sonrisa y tanta amabilidad, no terminaban de encajar.

-¿Viene sola? –preguntó.

-Sí. Bueno… -El hombre serió el rostro. La chica se inquietó-. Quie… quiero decir que… -Él la observaba con detalle, sin emitir una mueca-. Mi chico me está esperando en el coche. Él… -Forzó una sonrisa, aunque se antojó nerviosa. Sus rodillas se unieron tras doblar ligeramente las piernas, y gesticuló por impulso. Era como si una adolescente tuviera delante al hombre de sus sueños, solo que en el caso de Érica, el hombre de sus pesadillas. El pánico aumentaba su inquietud-. … se aburre viendo casas –Añadió un “je, je” a la sonrisa.

-Mejor -El esbozo de la chica se esfumó de repente; su tez quedó lívida ante los fríos ojos que la miraban. Del susto, tuvo la sensación de que su cabello moreno copiaba el tono canoso del extraño. Dentro de su pecho, una baqueta compuesta de impulsos bioeléctricos golpeaba a su angustioso corazón, disparando su frecuencia cardíaca-. Es broma, mujer –El hombre volvió a sonreír. Érica seguía seria.

»Adelante –Se retiró para que ella pasara sin dificultad.

La puerta quedó libre. Al tratarse de un hombre tan grande y corpulento, parecía que durante todo el tiempo que había ocultado el interior desde el umbral, hubiese sido la piedra gigante del sepulcro que custodiaba el cuerpo de Cristo.

Érica se veía ante un oscuro túnel, deseando no hallar tinieblas en el interior.

-No se lo piense tanto –volvió a decir él-. La casa tampoco muerde.

La chica dejó de mirarle porque sabía lo que haría después de hablar: sonreiría de nuevo; y en esos cinco escasos minutos, esa mueca ya revolvía sus entrañas.

Entró.

Nunca estás cuando te necesito, se dijo pensando en su chico.

El hombre también entró; y con Érica de espaldas a él, cerró la puerta.



*****    


El portazo no solo hizo retumbar la estructura de la vivienda, sino también estremecer el cuerpo de Érica. Mientras sonaba el estruendo inesperado, la chica miraba las viejas escaleras que tenía enfrente. Al escuchar el sonoro golpe, dio un salto para aterrizar frente al portón, al causante de su espanto. Lo hizo como quien juega al zapatito inglés y, después de decir: “Un, dos, tres, zapatito inglés, sin mover los pies”, salta y contempla el movimiento de sus compañeros de juego.

            Érica quedó petrificada delante de la puerta. Buscaba un hueco por donde entrase claridad, algún desgaste en la madera que diese paso a un poco de luminosidad, por escasa que esta fuera; pero no, se hallaba entre cuatro paredes penumbrosas, dando la sensación de que se hubiera hecho de noche de repente. Sabía que permanecía encerrada, que no caería agua de un cielo tapado, ni el viento azuzaría sus mejillas. Estaba dentro de una casa, y sin embargo, a pesar de la asfixiante sensación, se sentía como en medio de la nada, al aire libre. El único sonido provenía de su boca, provocando unos ahogados “hi-i, hi-i”, como si aspirase a la vez que movía la cabeza a un lado y a otro. Notaba un calor sofocante en las mejillas, pero al mismo tiempo, por su frente empezaba a rezumar sudor frío. Podía sentir cómo resbalaba la gota, solo que con la sugestión, aquello parecía antojarse como un extraño bicho bajando por un tobogán humano.

            Entre la oscuridad, abrir y cerrar los párpados puede parecer una pérdida de tiempo, pero no lo es. Érica pestañeaba convulsivamente; y, cada vez que sus tiernas ventanas de carne subían y bajaban, la oscuridad recreaba tétricas sombras en movimiento, igual que si dentro de sus ojos un sinfín de bocetos a lápiz se movieran a gran velocidad, atrapando junto a ella a un espectro en movimiento. No estaba en la luna; aquello que se movía no era un fantasma luchando contra la fuerza de la gravedad, ni había retrocedido a la niñez, cuando le pedía a su hermano mayor que dejase la luz encendida porque todas las noches una sombra enlutada se acercaba a su cama, se mantenía allí con fijeza y, una vez que ella se escondía dentro de las sábanas, el visitante nebuloso desaparecía; sin embargo, lo seguía sintiendo muy presente… No, solo era producto de su imaginación dentro de una casa desconocida y en compañía del hombre más extraño que había conocido nunca.      

            Dios dijo: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. Lo que no dijo el todopoderoso, fue que debía hacerse después de que una mano se posase en el hombro de Érica y esta chillase como quien ve a una rata muerta delante de sus narices. Así se hizo (lo hizo). El grito superó con creces al anterior retumbe que había provocado la puerta.

            Tras el histérico alarido, la chica se retiró de aquello que acariciaba su hombro después de haberse posado en él con desgana. Vio que se trataba del casero; él era el culpable del último en una serie de sustos en cadena.

            -¡¿Qué hace?! –gritó más que preguntó-. ¿Pretende matarme de un susto, o qué? –De un susto o no, rezaría porque no la matase.

            El hombre mantenía el brazo estirado como quien espera a que el yoyó se enrosque en la cuerda y regrese a los dedos para hacerlo bajar de nuevo.

            -La veo muy asustada –aseguró con voz trémula. Bajó el brazo.

            -¿Se extraña? –espetó la chica-. ¡Me ha dado un susto de muerte! –Se llevó la mano al pecho. Aquello de contar hasta cien antes de hablar, no servía. Los latidos superaban el número requerido, y lo único que harían sería descentrarla más. Mejor no pensar; mejor…

            -Acompáñeme –dijo él-. Ha venido a ver la casa, ¿no? – Tras las palabras, afloró una vez más la exasperante sonrisa. Los latidos de Érica redujeron el ritmo, cambiándose por bombeos rabiosos.

            -No más sustos, ¿ok? –advirtió.

            -No prometo nada.

            -¿Eh? –Érica palideció, pero con el entrecejo fruncido.

            -Es broma. –La sonrisa apareció sin esfuerzo-. Sígame –añadió, girando para adentrarse por el pasillo central.

            Ay cuando llegue a casa…, pensó, recordando a su chico. Vas a saber lo que es bueno.

            -Érica.

            -¿Eh? –preguntó. Pero la voz no correspondía al casero; él seguía caminando por el pasillo.

            -Vamos, no se quede atrás. –Esta voz sí era la del hombre, quien se dio la vuelta al ver que la chica no avanzaba. La anterior, no.

            La joven se encogió de hombros y  continuó.



*****

           

Érica se sentía como caminando por un túnel subterráneo, de esos en los que hasta las letras de los grafitis bailan cada vez que pasa el tren. –Todas las mañanas cruzaba uno para acudir al trabajo, y daba lo mismo que fuesen las nueve de la mañana o las once de la noche, ya que cruzarlo era como pasear entre las tinieblas. Siempre (y así lo llevaba viviendo siete meses), cuando llegaba hacia la mitad, se le antojaba pasar al tren. Su potente fuerza hacía que la joven se quedase petrificada en medio de la oscuridad, justo en el tramo donde el túnel era invadido por una ceguera natural. Apretaba los párpados y rezaba, suplicando para que el techo no se abriera y los escombros la sepultaran de por vida. Cuando el tren se alejaba, las paredes tardaban en regresar a su estado habitual, como si fuesen el agua de un río instantes después de que una piedra haya botado por encima. Estas seguían vibrando, momento en que, ya con algo de luz, las letras de los grafitis se retorcían como el título de “Pesadillas”, de R.L. Stine-. El casero llevaba la cabeza tan gacha que parecía una joroba andante. De no ser porque lo había visto antes y sabía que era él, Érica hubiera jurado que lo que caminaba delante de ella era la picuda piedra que Obelix suele llevar a su espalda.

            El pasillo era presidido por numerosos cuadros. Una señora, con un collar de perlas, que parecía estrangular la circulación de una gigantesca papada, aparecía retratada en uno de ellos como si fuese la mismísima Mona Lisa, solo que no tenía nada ni de mona ni de lisa. Enfrente, un larguirucho ser con sombrero de copa y un mostacho retorcido como las espirales que arrastra un caracol encima de él, miraba al techo, dando la sensación de querer escalar el cuadro y asomar la cabeza por el borde.

            -Son Un regalo familiar de mis antepasados –comentó el hombre, sin girarse. Érica se sorprendió. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el casero lo intuía. Entre más de ocho cuadros llamativos y dos mesillas, todo indicaba a que los ojos preferían las pinturas-: padre, madre, el tío Gabriel, el primo Braulio. Y aquellos son Valesia, Razel, La familia Marlo, El Duque de Altozano  y… -Señaló el último de los cuadros-. La abuela.

            La chica do un respingo al ver un rostro tan arrugado. Era como si en verdad el lienzo estuviera abombado y el retrato pintado sobre una superficie de cartón piedra; pero no, aquella vieja, mientras posaba para el pintor, tenía la cara así. Cada arruga era tan gruesa como el cartílago de una oreja. Los ojos, achicados dentro de dos carnosos párpados, parecían ser los agujeros de un antifaz, dejando unas pupilas tan achicadas que apenas se veían. Los labios un simple trazo pintado sin ganas ni fuerza, una línea a modo de rápido subrayado. Al mismo tiempo, esa extraña mueca parecía sonreír, como las brujas en los cuadros del relato de Campirela.

            -Nos dejó con la friolera edad de noventa y siete años –añadió el casero. La joven miraba el cuadro con repulsión y, a la vez, respeto-. Se pasó toda la vida Persiguiendo un corazón, hasta que conoció a mi abuelo y… ya sabes; porque puedo tutearte, ¿verdad? –Érica le miró. Olvidó que hallaría la estúpida e irritante sonrisa; topó de lleno con ella y, mientras apiñaba los párpados con fuerza –a la vez que apretaba los puños-, respondió:

            -Sí –Resopló antes de añadir-: claro que sí. –Levantó los párpados.

            -Se me hacía difícil tratar de usted a alguien tan joven –reconoció al mismo tiempo que seguía adelante.

            -Bueno, tampoco soy una niña. –Se entretuvo a mirar un libro abierto que descansaba sobre la mesilla.

            “Eres mi dulce sueño, sublime aire venidero…”

            -Me encantan estos libros…

            -¿Decías algo? –El casero se dio la vuelta.

            -¿Eh? –La chica cerró el libro de golpe-. No… ah…

            -¿Te gustan los libros?

            -Sí… La verdad es que me declaro lectora vo…

            -En esta casa encontrarás muchos –interrumpió él-. Tengo la biblioteca llena, y alguno que no sé dónde ha ido a parar. Habrá como unos 8 cuentos perdidos. Soy un desastre y lo pierdo todo. No tengo remedio. –Érica no decía nada-. Recuerdo hasta El día que perdí mi sombra… -Rio-. Tendrás Tardes de lectura gratis.

            La chica sonrió.

-¿Tardó mucho tu abuela en encontrar a tu abuelo? –Soltó de golpe. Fue lo primero que llegó a su cabeza.

            -Un poco. Y ya me extraña, porque era una mujer preciosa –Érica palideció aún más que anteriormente. Los sustos que se había llevado no eran nada en comparación con lo que acababa de escuchar-. ¿Qué? –preguntó el casero. Mostró un rostro firme y serio. Daba verdadero pavor. Érica tragó saliva.

            -Es… que… -empezó a decir, muy nerviosa. El hombre no aguantó más, perdió La resistencia y se echó a reír. La risa atronó bajo el abovedado pasillo, provocando un terrible eco, pero al mismo tiempo, esperanzador.

            -¿De verdad crees que lo decía en serio? –Siguió riendo-. Era fea, pero fea de cojones –La chica sonrió-. Pero bueno… Las pelirrojas también se enamoran. Todo el mundo tiene derecho.

            -Hay pelirrojas guapas –añadió Érica.

            -Y morenas -La chica carraspeó. Prefería el piropo del grosero que quería arrimarse. Con el casero solo sentía repugnancia-. Te enseñaré al resto de la familia –Cortó él.

            -Érica.

            Era la segunda vez que escuchaba su nombre dentro de esa casa. Miró hacia ambos lados en busca de la voz, pero no vio a nadie.

            -Oye –Aquello no pintaba bien-. Ya van dos ve…

            -Esta era la habitación de la abuela –interrumpió de nuevo, abriendo la puerta de un amplio dormitorio.

            A los ojos de la chica llegaron cuatro paredes con las esquinas apergaminadas; era como si cada una de ellas estuviera forrada con viejos papiros y, en las esquinas, enroscados en forma cilíndrica, amarillentos rulos reflejaban su deterioro inicio o final. ¿Quién sabía si esas esquinas fueron lo primero o lo último en tomar contacto con la pared? Tal vez la vieja, retratada de nuevo en la de enfrente, justo la que podía apreciarse al entrar. En esta nueva pintura, su rostro se asemejaba aún más a lo que cubría las paredes. Una de dos: o Érica veía un rostro idéntico al arrugado papel de las paredes, o estas cuatro estaban forradas con la piel de la difunta. Demasiado atroz y a la vez exagerado, ¿no? Serían Historias al otro lado de la razón. Sí, pero solo de pensarlo, tan solo de sentir que el pintor hubiese decorado la piel con dos garabatos blancos en función de ojos, un poco de cabello, nariz y un lánguido trazo para la boca, la chica sufrió una severa taquicardia. Su motor protestó con un “pumpumpumpum”+escalofrío + sensación de un nuevo sudor en la frente + … Miedo, puro terror.

            El viejo camastro no contaba con más que un jergón de aluminio, sujeto por cuatro palos que, a ojos de cualquiera, representaban una cruz desnuda. A la memoria de Érica llegaron los huesos de la anciana, y la imaginó tan esquelética como lo que contemplaba.

            -Mi pobre abuela… -comentó el hombre, apenado-. La siento muy viva todavía. –Acarició el cuadro; después, se frotó las yemas de los dedos, como si la pintura llorase al sentir una muestra de cariño-. Estoy seguro de que ella brilla, Más allá del camino, En la luz de una estrella –Miró por la ventana-. Allí –Señaló. La chica miró, aunque prestando más atención a sus pensamientos terroríficos que a lo que en realidad veían sus ojos-. Sigue muy viva Entre los nuestros; todos la queríamos mucho, ¿sabes?

            Érica imaginaba que sí, como ella había querido a su abuela antes de estirar la pata. No tenía la cabeza para prestar atención a recuerdos familiares, solo quería terminar de una vez por todas. Irse, o tal vez quedarse pero no escuchar ni ver nada más. Dar un sí, regresar a casa, matar a su novio por cojonazos y, muy probablemente, sanear el papel de las paredes con su piel una vez que se la arrancase a tiras.

            Te daría de hostias, cariño… Te las voy a dar, se dijo, muda completamente delante del ser que miraba las estrellas siendo de día. Pero él conocía la posición donde, a su forma de entender, la vieja brillaba junto a la Luna.  

            -Pero murió –continuó el casero. Se llevó los dedos a los ojos, masajeando los párpados para limpiar las lágrimas que extrañaban a su abuela-. Una mujer de la cabeza a los pies. ¡¡UNA VALIENTE!! –Sus palabras hicieron retumbar la habitación; la chica reculó-. La envidia de toda La comunidad. Sé que aún brilla porque siempre brillaba, como El rubí más precioso que puedas contemplar. Carecía de hermosura pero valía más que todas las mujeres de alrededor: viejas a su lado; demacradas, Despeinadas, sin vida en los ojos… -Se acercó a Érica. Ella reculó de nuevo-. Se enfrentaba a todo, Sin miedo a vivir, sin miedo a soñar.

            -Una heroína, sí –comentó la chica, con la boca entrecerrada, la piel lívida y sin dejar de recular.

            -Los Héroes del cielo merecen más que un simple recuerdo, ¿no crees? –Ella asintió con la cabeza. “Todo lo que tú quieras”, se dijo. El casero desvió la mirada hacia un rincón-. De madrugada, escribía poemas ahí –Se dirigió hacia la mesa; levantó un objeto que ejercía de pisapapeles, lo miró y, una vez más, las lágrimas brotaron de sus entristecidos ojos-. Su escritorio. Ella lo llamaba El escritorio del búho, y este pequeño búho –añadió, refiriéndose al objeto que sostenía-, era su inspiración en las frías y cálidas noches, lloviera, nevara o hiciese un calor insoportable. –Cogió el folio que el búho estuvo protegiendo durante años y empezó a leer-:

            Cuando las brasas del infierno invaden la piel, ni tan siquiera las lágrimas son capaces de apagar el fuego. No calman, sino que por el contrario, sofocan más. La tristeza nubla el juicio, y los ojos, obnubilados con goterones de amargura, pactan con la oscuridad, pidiendo auxilio Desde el tragaluz que manipula las imágenes de una vida perdida. –Érica ya no tenía miedo. Sentía pena-. El lamento mantiene con vida a lo que jamás regresará, ya sea humano o una pérdida impuesta por los Desafíos del destino. Solo queda la memoria como único recuerdo: la de los buenos y malos momentos; la Memoria del Paraíso, donde dos seres humanos pecaban de pura inocencia, sin daño, solo por instinto. La Mía, dando vueltas una y otra vez a los defectos y a las virtudes, a los errores que reviven Tras la bruma, donde Nada es lo que parece y todo cobra el sentido que quiero desechar. Me separan de la felicidad como si me arrancasen la vida A corazón abierto. Y allí, en un rinconcito, al mismo tiempo que el dolor recorre mis mejillas y la vista recobra algo de fuerza, me digo: mira, La princesa ya se ve, pero en verdad no se ve nada, tan solo la nefasta ilusión de creerme una reina, y podría decirse que más bien soy La condesa muerta, deseosa de que tal vez, no en el primero ni en el segundo, sino En el quinto conjuro, deje de verme morir Por el amor de una rosa, olvide la fantasía y me centre en la verdadera realidad, esa que me indica a gritos que no soy nada ni nadie”.    

            Tras concluir el relato de su abuela, el hombre se enjugó las lágrimas.

            -Lo que escribió cuando se quedó sola… Así era mi abuela Érica.

            La Érica viva palideció más que nunca.

            -¿Érica?

            -En efecto. –Dejó el folio en su lugar-. Y mi madre también se llamaba así. Es curioso, ¿verdad? –La tristeza se evaporó para dar paso a la irritante sonrisa-. Y, fíjate cómo son las cosas, oye. ¿Te puedes creer que antes de morir, mi abuela dijo que regresaría en busca de su hija? Aseguró que su espíritu quedaría en esta casa, y que gritaría su nombre para aumentar su remordimiento. –Se acercó a la chica, quien, blanca como el papel, parecía una estatua-. Por eso mi madre se fue de aquí. Pero no te preocupes, ya que muerta la perra se acabó la rabia. –Volvió a sonreír una vez más-. Enseguida regreso.

            Salió de la habitación.  Érica se sentía presa de un angustioso malestar general.

            -Érica –Escuchó por tercera vez.

            Al fin lo comprendía todo. No estaba soñando, y por supuesto que el casero no había movido los labios en las veces anteriores que escuchó su nombre. ¡¡Era la vieja!! El fantasma de la abuela escritora se había manifestado para llevársela.

            -¡Sal de ahí! –Escuchó.

            Su corazón se aceleró. Perdía el equilibrio; era como si la habitación diese vueltas, o tal vez, en realidad las diera. El cuadro de la anciana parecía moverse a un lado y a otro. El trazo de su boca se ensanchaba, dando la sensación de que la irritante sonrisa era hereditaria, y que los miembros de esa familia se las ingeniaban para sonreír en los peores momentos. La vieja sonreía, palabra de honor.

            -¡Érica! –Escuchó de nuevo; y no una, sino hasta tres veces.

            La vieja seguía sonriendo en el cuadro. Las esquinas de las paredes se desenroscaban para regresar a su lugar, lisas y perfectamente cuidadas, como la línea que siempre estuvo en la boca de la vieja antes de decidirse a sonreír, antes de que la irrealidad cobrase forma a su antojo, antes de que… Antes de todo.

            La miraba. Esos ojos vacíos, como los del antifaz que comenté antes, se clavaban en el rostro de Érica, carente de color al retener toda la sangre en el motor de su cuerpo.

            Volvió a escuchar su nombre una vez más, y entonces su cabeza imaginó que el jergón movía sus lánguidas piezas de madera como si de verdad fueran los deteriorados huesos de la difunta Érica, que se retorcían como el papel de las paredes y cobraban vida delante de su atónita mirada. Quizá para decirle: ¡Sal de aquí, Érica! Vete con mi hija y déjame sola. No soy nada ni nadie, ¿recuerdas? ¡NI TÚ TAMPOCO! –Y después llegaría la sonrisa, en boca de la vieja pero en tétrica similitud de su vivo recuerdo: del casero.

            -¡Escúchame, Érica!

            La chica cayó de rodillas.

            -¡Tienes que salir de ahí!

            La habitación seguía dando vueltas; y una de ellas, la más rápida y potente de todas, como si su intención fuera borrarle la vida de un plumazo, se apoderó de sus sentidos, de su miedo y del resto de su vida.

            La cabeza impactó contra el suelo en un ronco y seco movimiento. Ya eran tres las Éricas muertas. La del cuadro no sonreía.

            El casero entró y vio a la chica en el suelo

            -Pero, ¿qué ha pasado aquí? –Se acercó a ella y vio que no había nada que hacer.

            -¡Érica! –escuchó-. ¡Dime algo!

            -¿De dónde viene eso?

            Al escucharlo por segunda vez, abrió el bolso de la recién fallecida. Por el móvil, Jaime gritaba, totalmente histérico. Érica olvidó colgar y él lo escuchó todo. Era quien había estado gritando su nombre para que ella saliera de allí, no el espíritu de ninguna vieja arrugada.

            El hombre se colocó el teléfono en la oreja, y dijo:

            -Érica…

            -¡Dónde está Érica?! ¿Está a salvo? ¿Se encuentra bien? –preguntó Jaime.

            -Según parece, llevado por el temor –empezó a decir, sereno-, con tus palabras, tú… la mataste.

            -¿Yo? –Jaime palideció-. ¡No puede ser!

            -Ahora está con mamá y la abuela. Pero no te preocupes: en el cielo brillan todas las estrellas que queremos –Esbozó su mítica sonrisa.

            -¡NOOOOOOOO!

martes, 24 de enero de 2017

Biografía








Siempre me dicen que cuelgo relatos pero no muestro mi biografía (cierto). Pero no por nada en especial, simplemente que no soy mucho de hacerme notar. Leyendo, y leyendo más, he visto que a cada escritor o creador de historias le recomiendan colgar su biografía, así que obedeceré. Son cuatro antologías, lo único que ocupan como veinte. Entre imagen e imagen os da tiempo a dar un paseo. Lo tenía todo bien escrito, con sus cursivas separando títulos y autor, sus imágenes etc... Durante la hora y media que me ha llevado hacerlo, era así. Una vez que he mirado la vista previa, la primera antología aparecía en Bilbao y la segunda en Sevilla (y eso que no me he movido de Valladolid). Este blog no me tiene cariño. Las imágenes tengo que subirlas con el móvil porque desde el pc es imposible, y luego se descentra todo (lo siento). Aun así, creo que puede leerse.
Tengo que decir que esta va a ser la penúltima entrada, y no podía dejar al blog sin bio. Estoy preparando un último relato muy especial, y que casi casi está terminado. Con unos retoques más y después del registro, ya podréis leerlo.
De momento os dejo con la bio, ya habrá tiempo para explicar lo demás.
Espero que os guste mucho. Gracias.  














José Luis Losada Maestro (José Losada) nació en Valladolid, en 1986, donde radica todavía. Es auxiliar de enfermería en salud mental.

Comenzó a escribir por desahogo personal, convirtiéndolo posteriormente en algo imprescindible.

Tiene a la fecha tres novelas pendientes de publicación: Al borde de la locura; Diario de un fracasado y Año de terror; así mismo publica relatos de terror en su blog minirelatosterrorificos.blogspot.com y publicado en cuatro antologías: Subway IV (El gato blanco); La librería más bonita del mundo (Todo lo necesario para ser feliz); Ángel de nieve (El aniversario, escrito junto a Thelma García); Kalpa 16, ecos de Bécquer (Melodía difunta).

Imparte un cibertaller de escritura en Twitter. El anterior "Sueños de escritor", fue el taller de creatividad literaria con el que participó tanto en Cylcon 2015 como en el 2016.













































Mayo de 2016







GENERACIÓN SUBWAY, volumen IV

"Un sueño dentro de un sueño" homenaje a Edgar A. Poe










EDITORIAL: Playa de Ákaba.

Antología de relatos en homenaje a Edgar Allan Poe.

Antóloga: Teresa Oteo

(José Losada aparece en la página 233, con el relato "El gato blanco")







SINOPSIS DEL RELATO







Inspirado en El gato negro de Edgar Allan Poe, un muchacho se enrabieta con su pequeño minino y decide acabar con su vida tan solo porque, para su padre, el animal parece ser más importante que él. Al igual que en el relato del maestro Poe -pero de una forma diferente- el gato aparece por todas partes, haciendo enloquecer a su asesino.

























Junio de 2016

LA LIBRERÍA MÁS BONITA DEL MUNDO






















EDITORIAL: Playa de Ákaba.

(Antología)

Antóloga: Raquel Fontecha

(José Losada aparece en la página 151, con el relato "Todo lo necesario para ser feliz")



SINOPSIS DEL RELATO

Un hombre relata lo orgulloso que se siente al no poseer ni un triste céntimo pero, sin embargo, lo feliz que es al tener a las dos únicas mujeres necesarias en su vida: su chica y su madre. No necesita nada más para ser feliz.






















Julio de 2016

ÁNGEL DE NIEVE

Antología de relatos eróticos





































































Antóloga: Teresa Oteo

(José Losada, junto a Thelma García (los dos escritores de "El aniversario", aparecen en la página 265)

SINOPSIS DEL RELATO




Marisa, en el día de su aniversario, brinda en soledad mientras mantiene presente el recuerdo de su amor. A veces los sueños se cumplen, y solo hay que desear con fuerza lo que se desea para verlo de cerca.













































































































































Noviembre de 2016

KALPA 16, ECOS DE BÉCQUER





























Antología con diez nuevas leyendas escritas por los miembros de la Asociación de Castilla y León, de ciencia ficción, fantasía y terror. Cada una de ellas está inspirada en las obras de Gustavo Adolfo Bécquer.

Editorial: Suseya

(José Losada aparece en la página 157, con el relato Melodía difunta)

SINOPSIS DEL RELATO

Un joven músico, afanado con resucitar a sus padres, acude al cementerio para tocar una dulce melodía delante de las tumbas. Según él, los muertos regresan al escuchar las notas musicales. Los muertos, no el recuerdo de los vivos.




















































Proyectos 2017




Tierras de misterio y leyenda (antología de Suseya ediciones)

Al borde de la locura (primera novela; a su vez, recoge una recopilación de relatos)

Diario de un fracasado (segunda novela)

Año de terror (recopilación de relatos)